Reportaje:

Entre el Olivo y La Moncloa

La habilidad política de Josep Antoni Duran Lleida ha llevado a Unió Democràtica a coquetear -ante la mirada nerviosa de su socio de coalición- con opciones tan alejadas como el Olivo y La Moncloa, representada nada menos que por el Partido Popular. La democracia cristiana ha sido en España y en Cataluña una opción con escasos réditos electorales. Quizá de ahí la amplitud de los coqueteos. En el caso del Olivo, Unió no pasó de los tímidos escarceos semánticos; con el PP hubo almuerzos, cenas y tanteos. Ambos casos tienen un denominador común: el inevitable por inseparable horizonte del pospuj...

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La habilidad política de Josep Antoni Duran Lleida ha llevado a Unió Democràtica a coquetear -ante la mirada nerviosa de su socio de coalición- con opciones tan alejadas como el Olivo y La Moncloa, representada nada menos que por el Partido Popular. La democracia cristiana ha sido en España y en Cataluña una opción con escasos réditos electorales. Quizá de ahí la amplitud de los coqueteos. En el caso del Olivo, Unió no pasó de los tímidos escarceos semánticos; con el PP hubo almuerzos, cenas y tanteos. Ambos casos tienen un denominador común: el inevitable por inseparable horizonte del pospujolismo, un fenómeno difícil de tratar entre Convergència y Unió, máxime cuando, para el primero de estos partidos, Jordi Pujol lo es casi todo. El pospujolismo. La normalidad es la "única sustituta de quien es y será todavía durante unos cuantos años un gran presidente", dijo Duran Lleida en el congreso de UDC de 1996. Desde entonces, ha remachado hasta la saciedad la misma idea: que esa normalidad se traducirá en "mayorías relativas y gobiernos compartidos; y no pasará nada". Y ahí es donde entran en liza los coqueteos a derecha e izquierda, lícitos pero hirientes para el socio convergente: "En países similares al nuestro, la democracia cristiana gobierna con liberales, socialistas o eurocomunistas", concluyó Duran. El líder democristiano, no obstante, ha mantenido una más que prudente distancia de la izquierda. El Olivo lo ha oteado de lejos, a pesar de que manifestara: "En las circunstancias políticas italianas, yo estaría en el Olivo". Lo dijo después de haber marcado el punto de inflexión que supuso la caída del último Gobierno socialista. Tener o no tener ministerio. Lo que para Convergència ha sido siempre tabú, es una tímida aspiración de su socio: "A partir de nuestra razón de existir como partido político, que no es otra que Cataluña, sus derechos colectivos y el compromiso con todos y cada uno de sus ciudadanas y ciudadanos, derivado de nuestro sentido comunitario, expresamos nuestra voluntad de no excluir la participación en el Gobierno del Estado" (congreso de UDC de diciembre de 1996). A ese anatema para convergentes, Duran Lleida unió otro: se reunió dos horas en Madrid en marzo de 1996 -antes que su socio- con el presidente del PP, José María Aznar, para explorar las posibilidades de un acuerdo. Ya en agosto de 1995, Pujol se mostró molesto con Duran: el líder democristiano había almorzado y cenado con Aznar sin presencia de nadie de CDC y sin publicitar uno de los ágapes.

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