Tribuna:

Sopitipandos

Explicaba Julio Anguita en uno de los cursos de verano, la mayéutica socrática. Comentaba que es un método inductivo, que permite acercar el socialismo al ciudadano y al maestro -Julio- que, el discípulo, lo descubra. Ya es difícil tener las suficientes entendederas para que algo tan sencillo, como es conocer el socialismo, se tenga que aprender a través de la mayéutica, para que se tenga que explicar el socialismo por el comunismo. Claro que viendo de la mano a Boris Clinton y a Bill Yeltsin, descendiente de Lenin, se comprende que se utilice cualquier método para comprender lo incomprensible...

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Explicaba Julio Anguita en uno de los cursos de verano, la mayéutica socrática. Comentaba que es un método inductivo, que permite acercar el socialismo al ciudadano y al maestro -Julio- que, el discípulo, lo descubra. Ya es difícil tener las suficientes entendederas para que algo tan sencillo, como es conocer el socialismo, se tenga que aprender a través de la mayéutica, para que se tenga que explicar el socialismo por el comunismo. Claro que viendo de la mano a Boris Clinton y a Bill Yeltsin, descendiente de Lenin, se comprende que se utilice cualquier método para comprender lo incomprensible. Por si fuera poco lo de la mayéutica, días más tarde se deja caer Rojas Marcos, eso sí después de una foto junto a la Declaración de Barcelona, y dice que si Blas Infante oyera a la izquierda y a la derecha decir que son andalucistas, le daría un sopitipanto. Entre tanta flauta, gaita, mayéuticas y sopitipandos se afirma que los andaluces no somos andalucistas, porque para serlo tenemos que ir a Barcelona. Como si hubieran ido pocos a Cataluña, eso sí a trabajar. A lo peor a más de uno le daría un sopitipando, incluido a Blas Infante, verdadero ejemplo de socialismo y corrección en el lenguaje, y no tendríamos mayéutica que lo explicara, si escuchara que los representantes andalucistas emplean términos tan cursis como el sopitipanto o el sopitipando, que es como el sofoco, soponcio o patatús, de las señoras de los señoritos andaluces o sus alcaldes patricios, o aristócratas, gonzález dedicarse, como si de Javier Burgos se trataran y tuvieran facultades para hacerlo, a crear novenas provincias, secciones de Audiencia -que pueden ser necesarias- y a declarar persona no grata a la consejera de Gobernación y Justicia por ser de opinión distinta. No lejos está el tiempo que esta consejera con un silencio exquisito toleró los tres trabajos que el andalucista Ortega practica en esta tierra, sin tener que pisar Cataluña y sin pasar por el Registro de Altos Cargos. Menos mal que siempre está Gaspar Zarrías y, ante tanta película, declara que estas voces no afectan a la gobernabilidad, en todo caso a la educación. En cualquier caso para ser andaluz no hace falta ir a Barcelona con ser, estar y servir a Andalucía, vamos que nos salimos.

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