Tribuna:VERANO 98

Robos

En verano Granada queda a merced de un puñado de ladrones aturdidos por una crisis de melancolía, individuos que aspiran a delinquir como los grandes maestros, pero que lo único que consiguen es acaparar fracasos. Comparten un mérito, la voluntad de robar, pero no sirve de nada. Más que impericia para asaltar viviendas y trepar por las fachadas, la característica fundamental de los ladrones de verano es la modestia de sus fechorías y lo fácilmente que se dejan prender. Parece como si robaran para cumplir una promesa, para agradecer la curación de un hijo enfermo o para ingresar por voluntad en...

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DE PASADA

En verano Granada queda a merced de un puñado de ladrones aturdidos por una crisis de melancolía, individuos que aspiran a delinquir como los grandes maestros, pero que lo único que consiguen es acaparar fracasos. Comparten un mérito, la voluntad de robar, pero no sirve de nada. Más que impericia para asaltar viviendas y trepar por las fachadas, la característica fundamental de los ladrones de verano es la modestia de sus fechorías y lo fácilmente que se dejan prender. Parece como si robaran para cumplir una promesa, para agradecer la curación de un hijo enfermo o para ingresar por voluntad en la cárcel. El enorme esfuerzo que despliegan no está acorde con el botín ni con el resultado de sus humildes desmanes. Cuando una persona decide renunciar a la honra se supone que es a cambio de enormes recompensas. Esa teoría es cierta sólo en algunos casos: en los delitos financieros, las estafas y las especulaciones amparadas por la complicidad de algún político corrupto. Los partes que la Policía envía a los periódicos durante los días letárgicos del verano parecen inventados por un imitador de Charles Dickens. Vean si no es así: Rafael R. P., de 24 años, no durmió la madrugada del día 13. Entre el sueño y el robo eligió la ocupación menos sosegada. Aprovechó la soledad de la hora y entró en un edificio en obras, miró a su alrededor y buscó qué llevarse. La Policía lo encontró en una calle principal, "arrastrando una campana de cocina", supongo que sudoroso e indefenso. Un día antes cayó en manos de los agentes un ladrón de pájaros. Manuel M. E. escaló una valla de dos metros de altura y una vez en el piso fue sacando de sus jaulas, con la paciencia de un entomólogo, los canarios, los ruiseñores, los petirrojos y los jilgueros y luego los aglomeró en otra mayor llena de píos y trinos delatores con la que salió a la calle antes de ser detenido. Los ladrones de agosto caen en manos de la policía metódicamente, con la amarga fatalidad con que se consumen los días de vacaciones. Los ladrones de agosto son parte indisoluble del verano, como los turistas y los ardientes monumentos que visitan. Cuando la Policía detiene al último de ellos comunica la incidencia al servicio meteorológico central para que sepa que el otoño ya está en puertas.

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