Editorial:

Desactivar Cachemira

Hasta hace unas semanas, Cachemira era uno más de los irresolubles conflictos étnico-religiosos que desde la Europa acomodada se ven inofensivamente remotos. Como cada año, cuando el verano deshiela las nieves de los Himalayas, India y Pakistán -las dos potencias rivales que reclaman un territorio en el que comparten frontera y por el que han combatido en dos guerras desde la partición de 1947- cañonean sus respectivas posiciones en la montañosa tierra de nadie que divide Cachemira: en los últimos cinco días, ya se han producido alrededor de un centenar de muertos entre ambos bandos.Todo ha ca...

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Hasta hace unas semanas, Cachemira era uno más de los irresolubles conflictos étnico-religiosos que desde la Europa acomodada se ven inofensivamente remotos. Como cada año, cuando el verano deshiela las nieves de los Himalayas, India y Pakistán -las dos potencias rivales que reclaman un territorio en el que comparten frontera y por el que han combatido en dos guerras desde la partición de 1947- cañonean sus respectivas posiciones en la montañosa tierra de nadie que divide Cachemira: en los últimos cinco días, ya se han producido alrededor de un centenar de muertos entre ambos bandos.Todo ha cambiado ahora. Desde el mes de mayo, cuando se enzarzaron en una escalada que puso en vilo al mundo, India y Pakistán son potencias atómicas. Y Cachemira, su más largo y emotivo contencioso, ha pasado a un lugar prioritario en la agenda política internacional. Washington y las Naciones Unidas, el primero mediante un reciente viaje a la zona de su subsecretario de Estado Strobe Talbott, se han lanzado a nuevas iniciativas diplomáticas. El Consejo de Seguridad ha urgido a los contendientes a negociar directamente el histórico litigio. Un encuentro en Colombo, la semana pasada, entre los primeros ministros Nawaz Sharif y Atal Behari Vaj-payee para tratar de enfriar el conflicto ha acabado en fiasco. Ayer mismo, Islamabad anunciaba que su artillería había destruido un puesto de mando indio, causando un centenar de víctimas. Delhi lo niega.

Cachemira, de la que India controla sus dos terceras partes con el nombre oficial de Jammu y Cachemira (su único Estado musulmán) y Pakistán el tercio norte, es objeto de disputa desde que Delhi bloqueó en 1949 un plan de las Naciones Unidas para decidir en plebiscito si el territorio debía unirse a uno u otro de los dos nuevos Estados independientes salidos de la traumática partición del subcontinente entre hindúes y musulmanes. La India ha rechazado siempre la mediación internacional en una disputa que considera un asunto interno. El territorio permanece dividido por la línea dibujada por la ONU cuando propició un alto el fuego tras la guerra de 1965 entre ambos países. Para empeorar las cosas, Delhi afronta en la parte que controla la actividad guerrillera de más de una veintena de organizaciones armadas musulmanas. Un separatismo que en la última década ha dejado 20.000 muertos -ayer mismo, más de treinta víctimas en una localidad vecina a la frontera entre Cachemira y el Estado indio de Himachal Pradesh- y de cuyo mantenimiento y financiación acusa a Pakistán.

Sin un acuerdo sobre Cachemira no hay paz posible entre dos enemigos históricos que ya poseen el arma final. Los expertos internacionales reiteran el camino: desarme de los grupos rebeldes en territorio indio, cese de la ayuda paquistaní a la secesión y paulatina retirada de dos ejércitos que se despliegan a tiro de piedra con tres divisiones -30.000 hombres cada uno- provistas de artillería pesada, blindados y cohetería. India se opone a un plebiscito porque todo sugiere que los cachemiros desean mayoritariamente la independencia de su dividido territorio. Pakistán tampoco parece dispuesto a perder el tercio que ahora controla. Pero sin una enérgica, urgente y bienintencionada desescalada, Cachemira puede derivar en cualquier momento en el detonador de una confrontación nuclear de consecuencias planetarias.

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