LA MIRADA FOTOGRÁFICA

El enfoque automático

Si viajamos estas vacaciones a París y llevamos una cámara automática, con suerte podríamos imitar esta buena foto de Robert Doisneau. Eso sí, tenemos que conocer antes el manejo de estas pequeñas maravillas y, por otro lado, -y esto es lo difícil- tener la fantástica mirada de su autor. Lo primero que hay que indicar es que las cámaras automáticas, como su propio nombre indica, son autómatas. No saben de la mirada, no saben qué queremos destacar, cuál es la selección de lo que vemos. Apretamos el disparador y si el centro de la imagen lo ocupa un florero, como en la foto, lo enfocará. Si esta...

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Si viajamos estas vacaciones a París y llevamos una cámara automática, con suerte podríamos imitar esta buena foto de Robert Doisneau. Eso sí, tenemos que conocer antes el manejo de estas pequeñas maravillas y, por otro lado, -y esto es lo difícil- tener la fantástica mirada de su autor. Lo primero que hay que indicar es que las cámaras automáticas, como su propio nombre indica, son autómatas. No saben de la mirada, no saben qué queremos destacar, cuál es la selección de lo que vemos. Apretamos el disparador y si el centro de la imagen lo ocupa un florero, como en la foto, lo enfocará. Si estamos en un local y no hay mucha luz las personas quedarán desenfocadas y oscuras: nuestra imitación de Doisneau será un desastre. La culpa no es de la cámara, es nuestra. Si le indicamos que el foco y la medida de la luz ha de hacerse sobre los personajes, la automática se aplicará a ello y esto es fácil de resolver. Apretamos ligeramente el disparador y lo mantenemos cogido sobre la chica o los hombres que la miran. Con esto le indicamos la exposición y el enfoque a la cámara. Desplazamos, con el disparador cogido, la composición al centro y cuando veamos el instante decisivo presionamos a fondo el disparador. Ya tenemos la fantástica foto y sabremos por qué en las fiestas familiares, en el comedor de casa, el mueble del aparador aparecía perfectamente nítido en las 36 fotos del carrete y no podíamos distinguir en la oscuridad desenfocada a la abuela, la nieta o la tarta.

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