Editorial:

Doble moral

LA EXPULSIÓN de un equipo al completo en una competición deportiva por un asunto relacionado con el tráfico y la administración de sustancias prohibidas es siempre un hecho relevante. Máxime si ese equipo, el Festina francés, está considerado como uno de los mejores del mundo y si esa competición, el Tour de Francia, es una de las más prestigiosas. Es posible que los argumentos para adoptar una decisión tan grave sean discutibles, pues los corredores del Festina no han dado positivo en un control antidopaje, ni hay datos probados sobre quién utilizó sustancias prohibidas. Pero es evidente que ...

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LA EXPULSIÓN de un equipo al completo en una competición deportiva por un asunto relacionado con el tráfico y la administración de sustancias prohibidas es siempre un hecho relevante. Máxime si ese equipo, el Festina francés, está considerado como uno de los mejores del mundo y si esa competición, el Tour de Francia, es una de las más prestigiosas. Es posible que los argumentos para adoptar una decisión tan grave sean discutibles, pues los corredores del Festina no han dado positivo en un control antidopaje, ni hay datos probados sobre quién utilizó sustancias prohibidas. Pero es evidente que la organización de la carrera se sentía muy incómoda por la molesta compañía de un equipo sometido a investigación judicial, cuyo director deportivo y cuyo médico eran primero detenidos, luego interrogados y posteriormente encarcelados. Es demasiado tarde para considerar este escándalo como un hecho aislado.Hechos así se producen regularmente alrededor de las grandes competiciones y demuestran cómo, bajo la superficie del llamado deporte de élite, bulle un misterioso mundo cuyo objetivo es optimizar por medios artificiales el rendimiento de un deportista. Establecer una línea divisoria entre lo que es legal o ilegal, ético o amoral es casi imposible. No parece haber dado demasiado buen resultado la política de represión fomentada por las organizaciones deportivas. Hay opiniones a favor de una legalización de las sustancias ahora consideradas prohibidas por los reglamentos, en paralelo con quienes mantienen la legalización de las drogas blandas.

La línea seguida hasta ahora, de castigar el dopaje con severidad y establecer un régimen represivo en el que el deportista es continuamente controlado, no ha resuelto el problema. Los dirigentes que exigen tanto rigor no suelen ser estrictos respecto a cómo se gestionan las finanzas de las organizaciones deportivas. Tras la lucha contra el dopaje hay una evidente hipocresía. El mundo del deporte debería reflexionar si, por las estratosféricas cifras que mueven los grandes eventos deportivos, no se está exigiendo más de la cuenta a los deportistas. Hablar de preservar la igualdad de oportunidades es un eufemismo cuando al lado de los grandes campeones aparece el trabajo de consumados especialistas en medicina, física, biología o dietética. Para limpiar conciencias a eso se le tiende a llamar preparación científica. Y es dificil saber qué parte del caso Festina era una simple chapuza entre masajistas, médicos, director y corredores y qué parte de una preparación científica.

Los intereses en juego son enormes, y de la competición de alto nivel cada vez se desprenden menos modelos educativos. Pero, antes de criminalizar el dopaje y sobre todo a los deportistas, convendría revisar el sistema y tomar conciencia de esta doble moral.

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