SECUESTRO DE UN AVIÓN DE IBERIA

Ni etarra ni fundamentalista; sevillano y de clase media

No era un fundamentalista, como pensaba Ignacio Gónzález Baena, 37 años, economista, pasajero del avión Boeing 727 con el sobrenombre de Alvariño pilotado por el comandante Fernando de Aguilar, cuando vio de cerca a ese hombre "alto, con un bigote enorme y pinta de moro que decía que tenía una bomba en la bodega y que nos íbamos a desviar a Tel Aviv". Tampoco era un etarra, como se imaginó Cinta Baena, la madre de Ignacio, cuando escuchó que en el avión en el que viajaba su hijo iba la alcaldesa de Sevilla.Ni fundamentalista, ni moro, ni etarra, ni chiíta. Sevillano. Y del señorial barrio de l...

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No era un fundamentalista, como pensaba Ignacio Gónzález Baena, 37 años, economista, pasajero del avión Boeing 727 con el sobrenombre de Alvariño pilotado por el comandante Fernando de Aguilar, cuando vio de cerca a ese hombre "alto, con un bigote enorme y pinta de moro que decía que tenía una bomba en la bodega y que nos íbamos a desviar a Tel Aviv". Tampoco era un etarra, como se imaginó Cinta Baena, la madre de Ignacio, cuando escuchó que en el avión en el que viajaba su hijo iba la alcaldesa de Sevilla.Ni fundamentalista, ni moro, ni etarra, ni chiíta. Sevillano. Y del señorial barrio de los Remedios. Javier Gómez González es uno de los diez hijos de Gonzalo Gómez, joyero y propietario de un campito, y María del Valle González. Su hermano Manuel, funcionario de prisiones, acababa de tomarse un cubata de whisky con Coca-Cola en el bar ABC, adyacente al bloque donde reside la familia. Este bar es el cuartel general del rockero Silvio, que en tiempos perdió el seso por Elisa, la pequeña de las cuatro hermanas de Javier, posible destinataria de una de sus más hermosas canciones, La ragazza del elevatore.

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Cuando Javier Gómez González le dijo al comandante que a Tel Aviv, sabía lo que se decía. "Nunca he estado en esa ciudad, pero nunca me he visto más cerca", confesaba Soledad Becerril nada más regresar a Sevilla. El secuestrador del vuelo Sevilla-Barcelona que terminó en Valencia en vísperas de las hogueras de San Juan tiene las nociones geográficas propias de quien estudió Historia en la Universidad."Es histórico", dice doña Rosa, la propietaria del bar. "Es raro, pero no es malo, como toda su familia. Era muy fresco y contaba muchos embustes hasta que se fue a América. No sé lo que le dieron allí, alguna medicina rara debió ser, pero cuando volvió era otra persona, mucho más callado, siempre con educación. El sábado vino a comprar un cigarro. Siempre fumaba Gold Coast".

Su hermano mayor se llama Gonzalo, como su padre; hay un médico en la familia, y una abogada. Gente con carreras universitarias. Y con pocas ganas de hablar. Con ninguna. El padre tiene otros dos pisos de alquiler.

El hombre que se metió en los dominios aéreos del comandante Fernando de Aguilar es soltero y estaba en tratamiento psiquiátrico. Una circunstancia penosa para él, pero providencial para los pasajeros: la mediación del psiquiatra que lo asiste, a instancias de una de las cuatro hermanas del secuestrador, fue fundamental para poner fin a un viaje rocambolesco a ninguna parte El psiquiatra, Ildelfonso Mateos, consiguió convencerlo para que se entregara y luego le pidió al delegado del Gobierno en Valencia la devolución del favor: "Que lo cuiden, que lo traten bien, que necesita cuidados".

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