SECUESTRO DE UN AVIÓN DE IBERIA

Un perturbado secuestra durante más de cuatro horas un avión de Iberia con 123 pasajeros

Javier Gómez Martínez, un hombre de 37 años en tratamiento psiquiátrico, secuestró ayer un avión de Iberia con 123 pasajeros a bordo armado de un mando a distancia que aseguraba tener conectado a una bomba en las bodegas del aparato. Sobre las 7.35, el secuestrador obligó al comandante a desviar el avión, un Boeing 727 que cubría la ruta Sevilla-Barcelona, hasta el aeropuerto de Manises (Valencia). Allí retuvo a los pasajeros, entre los que se encontraba la alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, durante cuatro horas, las que tardaron las fuerzas de seguridad en identificarle, localizar a su p...

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Javier Gómez Martínez, un hombre de 37 años en tratamiento psiquiátrico, secuestró ayer un avión de Iberia con 123 pasajeros a bordo armado de un mando a distancia que aseguraba tener conectado a una bomba en las bodegas del aparato. Sobre las 7.35, el secuestrador obligó al comandante a desviar el avión, un Boeing 727 que cubría la ruta Sevilla-Barcelona, hasta el aeropuerto de Manises (Valencia). Allí retuvo a los pasajeros, entre los que se encontraba la alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, durante cuatro horas, las que tardaron las fuerzas de seguridad en identificarle, localizar a su psiquiatra y permitirle hablar con él por un móvil. Poco después, el pirata aéreo admitió que "se le habían cruzado los cables" y se entregó.

Sobre las doce de la mañana todo había terminado felizmente. Atrás quedaban cuatro horas de angustia, informaciones contradictorias sobre el número y la nacionalidad de los secuestradores y peticiones peregrinas por parte del pirata aéreo. El aspecto físico de Javier Gómez, moreno y con un espeso bigote, levantó especulaciones de que el aparato podría estar en manos de terroristas islámicos. El propio delegado del Gobierno en Valencia, Carlos González Cepeda, manifestó tras el secuestro que los delincuentes "podían ser árabes".Entre los 123 pasajeros del avión estaban, además de la regidora sevillana, el eurodiputado del PSOE Fernando Pérez Royo, el consejero de la Oficina Olímpica Sevilla 2008, José Antonio Aguirre, y una delegación de empresarios andaluces, que se dirigían a Lausana.

Todo había comenzado sobre las 7.35 de la mañana tras despegar de Sevilla. El comandante del Boeing 727 avisó a los pasajeros de que iba a realizar un aterrizaje de emergencia. Sólo 20 minutos más tarde informó de que el aparato había sido secuestrado y se dirigían a Valencia.

Una vez en Manises, el secuestrador, que se presentó como "jefe" un grupo, empezó a dar muestras de cierta bisoñez. Primero había solicitado combustible para repostar y seguir ruta de inmediato en dirección a Atenas o Tel Aviv, aunque luego cambió de opinión y pidió agua y alimentos para el pasaje. En ese momento, las fuerzas de seguridad aprovecharon para pactar con él la salida del avión de 15 niños y tres mujeres, que fueron llevados a dependencias del aeropuerto. Eran las diez de la mañana y el aeródromo de Manises estaba tomado por unidades especiales de intervención desplazadas desde Madrid, según fuentes policiales, además de unidades de los GEO.

Para entonces pasajeros y policía se habían dado cuenta de que Javier Gómez no se comportaba como un delincuente profesional. No sólo salió a la escalerilla del avión para supervisar la entrega del agua sin la protección de escudo humano alguno, sino que los secuestrados pudieron usar sus móviles con libertad para comunicar a sus familiares que se encontraban bien. "La gente utilizaba sus teléfonos móviles sin problemas, y el hombre éste no se comportaba como un terrorista al uso: yo le pedí permiso para ir al servicio y no puso ningún inconveniente", contaba tras el secuestro Serafín Bayo, uno de los pasajeros.

Entre quienes usaron sus móviles para contactar con el exterior estuvo la propia Soledad Becerril. Ella y otras víctimas del secuestro comunicaron a la policía que el secuestrador carecía de armas, era español con marcado acento andaluz y actuaba en solitario. Fuentes policiales reconocieron ayer que, pese a la calma tensa vivida dentro del avión, el ambiente llegó a ser de "cafetería", informa Felip Pinazo.

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Además, la policía había comprobado que algunos pasajeros tenían previsto dirigirse a París tras su escala en Barcelona, lo que hacía muy improbable que se hubieran logrado eludir los controles especiales impuestos por el Mundial de Francia para introducir un explosivo en el avión.

Los dos gabinetes de crisis puestos en marcha por Interior, uno en Valencia y otro en Madrid, dieron pronto sus frutos. La policía hizo un rastreo de la lista de pasajeros y pudo localizar al secuestrador y a su familia, que confirmó que el pirata aéreo no era otro que Javier Gómez, sevillano, casado, en tratamiento psiquiátrico por una esquizofrenia y que viajaba con billete a Barcelona, como el resto del pasaje.

"Cruce de cables"

Las fuerzas de seguridad se movilizaron desde ese momento para encontrar al psiquiatra de Javier Gómez. Una vez localizado, las fuerzas de seguridad facilitaron al secuestrador un móvil para que pudiera hablar con su médico y todo terminó en pocos minutos. El pirata aéreo se derrumbó y se entregó. "Se me han cruzado los cables", se le oyó decir antes de fundirse en un abrazo con un funcionario policial que bajó con él las escalerillas del avión, según explicó a mediodía el delegado del gobierno en Valencia, en la rueda de prensa tras el secuestro. Gónzalez Cepeda explicó ayer que en el año 1983 y en el año 1987 Javier Gómez realizó cursos en Francia "sobre minorías étnicas y nacionalismos", pero no quiso explicar más detalles sobre sus actividades.Iberia preparó un dispositivo para que los pasajeros del vuelo secuestrado continuaran viaje o regresaran a sus lugares de origen con la mayor rapidez posible. La mayoría siguieron viaje a París y Amsterdam. 27 de ellos volvieron a Sevilla.

Sin tensión casi todos, con humor y socarronería algunos. La mayor parte de los 123 pasajeros del Boeing 727 secuestrado ayer reaccionó con tranquilidad ante las vicisitudes del viaje. Casi ninguno de ellos temió por su vida durante las cerca de cuatro horas que estuvieron retenidos en el avión de Iberia. "Esto ha sido una chapuza, no un secuestro", se atrevió a afirmar uno de los viajeros, que no daba crédito a lo sucedido.

"Todo el mundo ha reaccionado con gran entereza, y aunque no sabíamos lo que estaba pasando con exactitud, los momentos de tensión han sido pocos. El único fue provocado por los llantos de algunos niños y sus madres", explicaba el eurodiputado socialista Fernando Pérez Royo.

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