Ruido y experimentación en la primera jornada

La primera jornada musical diurna del Sónar 98 comenzó calentando los motores de lo que hoy y mañana seguirá ofreciendo el festival. Como es habitual, en el exterior del CCCB sólo era perceptible un runrún alimentado por los graves que esculpían los mil ritmos de su interior, pero ya dentro era donde se podía individualizar las características sonoras ofrecidas por los artistas que pasaron por sus diversos escenarios. Y puestos a buscar un protagonista bien podríamos quedarnos con el ruido y el experimentalismo. En este sentido destacó la propuesta del barcelonés Tito y del japonés Suguru Got...

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La primera jornada musical diurna del Sónar 98 comenzó calentando los motores de lo que hoy y mañana seguirá ofreciendo el festival. Como es habitual, en el exterior del CCCB sólo era perceptible un runrún alimentado por los graves que esculpían los mil ritmos de su interior, pero ya dentro era donde se podía individualizar las características sonoras ofrecidas por los artistas que pasaron por sus diversos escenarios. Y puestos a buscar un protagonista bien podríamos quedarnos con el ruido y el experimentalismo. En este sentido destacó la propuesta del barcelonés Tito y del japonés Suguru Goto. El primero manipulaba una especie de violín. Por su parte, Goto tenía el cuerpo cableado y sus brazos cubiertos por unos sensores que producían sonido al moverlos. La conjunción de ambos instrumentos transitó por la experimentación improvisada tendente al ruidismo, una cosa poco digestiva para oídos no hechos al sobresalto. Sobresaltado se quedó también el público que siguió en el village la sesión del pincha francés Arnaud Rebotini. Comenzó amable, con una pieza que parecía un Tubular bells finisecular. Era un engaño, pues poco a poco Rebotini fue deconstruyendo ritmos hasta quedarse sin público. Pese al sol, el personal tenía ganas de baile, y aquello era inbailable. A medida que los sonidos se fueron acercando al drum & bass el público se le volvió a acercar, pero ya con la mosca tras la oreja. Por su parte, el donostiarra Pez, ayer bajo el alias de Digi Onze, mosqueó a más de uno. Lejos de sus habituales sonidos cool, Pez hizo un set en cuya primera parte apeló a los ruidos incidentales tipo sirenas y televisiones mal sintonizadas. Poco a poco fue añadiendo samplers de salsa, cha cha chá y rumbitas, para acabar pareciéndose a Santana junto a un percusionista, un bajista y un batería aparecidos de improviso en el escenario. Su sentido del humor no fue demasiado entendido por un público más purista de lo que parece. El que triunfó a primera hora de la tarde fue Sloan, un artista de El Prat que sampleando música de ciencia ficción de los 60, voces sensuales y ritmos de lo más redondos consiguió arrancar más de un paso de baile. De quienes se esperaban sonidos incómodos era de la pareja alemana Porter Ricks, duo reducido a su mitad por enfermedad de Thomas Köner. Quizás por ello en lugar de llenar el hall con frecuencias marcianas Andy Mellweg despachó un set rítmico con bpm"s propios para las cuatro de la madrugada. El público, quizás sobrepasado por este alud tecno, se dejó llevar por lo que a la postre fue una de las actuaciones más interesantes de la primera jornada.

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