Tribuna:

Morán o la izquierda

No pretendo tomar partido entre Fernando Morán y Joaquín Leguina, los dos políticos socialistas que se presentan a las primarias del PSOE para ser candidatos a la alcaldía de Madrid. Ambos vienen sobrados de méritos. Que uno u otro gane las primarias me trae relativamente sin cuidado. Pero que uno u otro alcance la alcaldía me importa mucho como ciudadano. Ambos encarnan una aspiración que les viene de antiguo a los electores: que un cargo tan cercano a la gente como es el de alcalde tenga una dimensión humana, unas proporciones de cercanía, que, exentas de innecesario folclor, produzcan en lo...

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No pretendo tomar partido entre Fernando Morán y Joaquín Leguina, los dos políticos socialistas que se presentan a las primarias del PSOE para ser candidatos a la alcaldía de Madrid. Ambos vienen sobrados de méritos. Que uno u otro gane las primarias me trae relativamente sin cuidado. Pero que uno u otro alcance la alcaldía me importa mucho como ciudadano. Ambos encarnan una aspiración que les viene de antiguo a los electores: que un cargo tan cercano a la gente como es el de alcalde tenga una dimensión humana, unas proporciones de cercanía, que, exentas de innecesario folclor, produzcan en los administrados la identificación cierta con su regidor.En este caso, Morán o la izquierda no es una disyuntiva, no, sino una equivalencia. Con mayor nitidez que la de Leguina, la candidatura de Morán, además de la connotación humana e inmediatamente identificable, tiene el sabor que le presta el viejo deseo proveniente de una izquierda poco pragmática y por ende muy atractiva: la de que en algún momento dorado de la vida pública sean los intelectuales quienes hagan la política. Y administren las calles, los semáforos y el ambiente de libertad de una gran capital. Ya ocurrió durante un periodo breve de la historia municipal de Madrid, el de la alcaldía de Tierno Galván, un viejo profesor universitario lleno de encanto, defectos, virtudes y maldades, que tuvo el acierto de hacer de su oficio docencia amable y literaria y, para sorpresa de propios y extraños, acción municipal eficaz. Y eso que se fue a la plaza de la Villa porque había sido expulsado a las tinieblas exteriores por un aparato socialista que lo apreciaba poco. Algo que le pasa también a Fernando Morán, un antiguo correligionario suyo, cuyos modos intelectuales tanto tienen de su antiguo jefe de fila.

Cuando murió Tierno Galván, el socialista desempleado más ilustre y popular del momento era Morán. Tanto, que el clamor "¡Morán, alcalde! ¡Morán, alcalde!" en el entierro del viejo profesor nos hizo creer a muchos que su proclamación como candidato sería inmediata. Frente a las críticas ridículas que habían lastrado su paso por el Gobierno, el antiguo ministro de Exteriores había remontado el vuelo de tal manera que se había convertido en el político socialista más valorado con excepción de Felipe González. Nada más natural que accediera a la alcaldía.

No fue así. La resistencia del aparato y de los grandes líderes a la personalidad de Morán fue tajante. De este modo desperdiciaron el caudal político de un hombre respetado en Europa y querido por sus correligionarios.

Se diría que el fenómeno de las primarias va a hacer imposible una repetición de aquella tontería. Al menos, el antiguo ministro y el antiguo presidente de la Comunidad acabarán sabiendo a ciencia cierta el lugar que ocupan en la estima de sus conciudadanos.

Naturalmente, Morán es 12 años más viejo y el paso del tiempo no ha curado su irritabilidad ni sus gestos algo patosos ni su pelo ni su forma de vestir. Tampoco ha desmochado su inteligencia, su rebeldía instintiva, su generosidad o su sentido del humor. Si él acepta que la campaña va a ser muy dura, que va a ser sometido a pullas e insultos que pondrán a prueba su frágil paciencia con la intolerancia o con la estulticia, acabará siendo un buen candidato al municipio de Madrid. Dos bazas juegan en su favor. Por una parte, es uno de los políticos socialistas que no sólo salió indemne de la acción de gobierno, sino que vio que su prestigio intelectual y moral iba creciendo.

Por otra parte, Morán, igual que José Borrell en su día, cree que el entusiasmo político y la frescura del pensamiento se encuentran y florecen en la polémica, en la batalla de candidaturas. Piensa con razón que el monolitismo conduce a la sequedad, sobre todo cuando enfrente existen adversarios decididos. Sabe que todos saben que el socialismo está inmerso en una tormenta de ideas y de búsqueda. ¿Por qué van a ser el silencio rígido y la sujeción a los dictados del aparato los mejores modos de resolver la travesía del desierto impuesta por años de gobierno sin oposición verdadera? Para Morán, el renacimiento del socialismo pasa por el venteo de las opciones y de las propuestas. Un buen carajal no hace daño a nadie.

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