Velada en el río Congo, entre libros

"En realidad, yo había ido buscando la selva, no al señor Kurtz". A diferencia del capitán Marlow de El corazón de las tinieblas, la gente no se había desplazado en la tarde del pasado martes a la librería de viajes Altaïr en pos de alguna de las incontables junglas que descansan en sus anaqueles, sino en busca del señor Reverte, que presentaba su libro Vagabundo en África (EL PAÍS- Aguilar). Pero Javier Reverte, con la impagable colaboración del africanista y fotógrafo Jordi Esteva, evocó de tal manera el periplo que describe en su último libro y que culmina con la conradiana singladura del e...

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"En realidad, yo había ido buscando la selva, no al señor Kurtz". A diferencia del capitán Marlow de El corazón de las tinieblas, la gente no se había desplazado en la tarde del pasado martes a la librería de viajes Altaïr en pos de alguna de las incontables junglas que descansan en sus anaqueles, sino en busca del señor Reverte, que presentaba su libro Vagabundo en África (EL PAÍS- Aguilar). Pero Javier Reverte, con la impagable colaboración del africanista y fotógrafo Jordi Esteva, evocó de tal manera el periplo que describe en su último libro y que culmina con la conradiana singladura del estremecedor río Congo que Altaïr se convirtió en el mismísimo corazón de la oscuridad, con su gran silencio de serpiente roto ocasionalmente por el redoblar de los tambores y el grito de los monos detrás de la cortina de árboles. Fue estupendo. Javier Reverte destiló aventura con la misma generosidad con que Kurtz segregaba horror. Vagabundo en África, qué envidia. ¿Quién no suspira por los caníbales niam-niam, las flechas envenenadas de los yarbari y el clamor de los matabele? Parecía Reverte una ilustración de aquellas palabras de La educación sentimental: "Viajó. Conoció la melancolía de los paquebotes, los fríos amaneceres de la tienda, el vértigo de los paisajes y de las ruinas, la amargura de las simpatías interrumpidas. Regresó". Regresó, sí, pero por poco. Cerca de un centenar de personas afrontaron el calor selvático de la librería para escuchar a Reverte, instalado misericordiosamente bajo los estantes de la sección de Alaska y junto a un póster de pingüinos. Luego la presentación se fragmentó en pequeñas tertulias viajeras mientras los presentes hacían cola para que Reverte les dedicara el libro o les asesorara sobre tal o cual paraje de Uganda. También hubo quien pidió al escritor que le estampara una firma en El corazón de las tinieblas. Reverte encuentra asombroso que haya gente que llegue a Conrad a través de él: la paradoja no deja de resultarle entrañable. Del hecho de que tenga muchas lectoras, que parecen disfrutar con episodios como las guerras zulúes y personajes como Selous, opina que las mujeres son "más románticas" y recuerda que su propia madre le pasó a él literatura de aventuras africanas. Explicó el escritor que empezó a viajar por África a causa de los libros que había leído de niño: "Era un compromiso infantil con mis libros. El primero fue Tarzán de los monos, me leí los 11 tomos de sus aventuras, y al acabar volví a leerlos, y otra vez, hasta que mi padre me dijo: "Hay otros libros, Javier". Y entonces fueron London, Melville, y luego Hemingway, Isak Dinesen... Me llevó a a viajar un impulso infantil, y un impulso literario". El primer viaje dio lugar a El sueño de África. Recordó Reverte que ese libro fue rechazado por seis editoriales y que le costó tres años publicarlo. "Me decían que la literatura de viajes no se vendía en España, y yo no lo entendía porque en este país se viaja muchísimo". El éxito del primer libro le abrió las puertas al segundo: "En Vagabundo en África tenía dos objetivos, ser un mzungu, un vagabundo, dejarme llevar -y me sentí muy libre-, y ver el paisaje de El corazón de las tinieblas, un libro que admiro, enigmático, que te habla del corazón humano, que araña en el lado terrible del corazón humano. Quería saber por qué el río Congo influyó tanto en Conrad, por qué lo convirtió en escritor. Esa era la razón última de mi viaje". Para Reverte, "África es un paisaje en claroscuro: los parajes más bellos del mundo y la muerte más atroz, la alegría de la vida en la vecindad del horror, como una metáfora del corazón humano. Yo también capté lo que era eso." Explicó Reverte que el río Congo sigue esencialmente igual que cuando Kurtz perdió allí su alma. "Transita entre selva virgen, además de enfermedades hay cocodrilos, hipopótamos, y ahora están las bandas de hutus armados, que merodean como alimañas". Reverte lanzó un hermoso elogio del viaje: "Hay que viajar, de la manera que sea, la gente que viaja aprende tolerancia. Viajar, como dijo Aldous Huxley, es descubrir que todo el mundo se equivoca". Se calificó de escritor que viaja, pero confesó que tiene el viaje "metido en la vena" y que "quizá ahora esté escribiendo" para financiarse los viajes. Reverte advirtió que el mundo se está volviendo cada vez más difícil y "viajar se va a poner más crudo". Él, no obstante, sueña con otro gran río africano: el Níger.

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