Editorial:

Europa política

ACERCAR POLÍTICAMENTE a los ciudadanos la Europa que está emergiendo. Ésta es la filosofía del documento que ha hecho público el Comité Europeo de Orientación Nuestra Europa, que preside Jacques Delors y en el que figuran algunos de los más prestigiosos políticos europeístas del momento (entre ellos, los españoles Felipe González y Jordi Pujol). El diagnóstico es correcto: la Europa en construcción, sus instituciones, adolecen de insuficiente legitimación democrática. Pero la terapia que propone este comité es discutible desde el punto de vista instrumental: que las familias políticas concurra...

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ACERCAR POLÍTICAMENTE a los ciudadanos la Europa que está emergiendo. Ésta es la filosofía del documento que ha hecho público el Comité Europeo de Orientación Nuestra Europa, que preside Jacques Delors y en el que figuran algunos de los más prestigiosos políticos europeístas del momento (entre ellos, los españoles Felipe González y Jordi Pujol). El diagnóstico es correcto: la Europa en construcción, sus instituciones, adolecen de insuficiente legitimación democrática. Pero la terapia que propone este comité es discutible desde el punto de vista instrumental: que las familias políticas concurran a las elecciones europeas de junio de 1999 con una propuesta de candidato a la Comisión Europea que «pusiera un rostro a la democracia europea».La propuesta podría dar un mayor contenido a las elecciones al Parlamento Europeo. La dificultad está en el hecho de que, siendo este tipo de comicios una suma de elecciones nacionales, también lo son los partidos que se integran en ellas, aunque tengan estructuras formalmente europeas. Un ejemplo de estas dificultades: ¿van a hacer campaña a favor de un candidato de su mismo signo político partidos como el de Helmut Kohl o la coalición que preside Pujol, cuando su favorito nada disimulado para el cargo es el socialista Felipe González (aunque no se deje querer), que, además, por su condición de español, debería recibir el apoyo del PP de Aznar? Difícilmente. Por otra parte, el sistema no facilitaría la candidatura a la Comisión de miembros de partidos más pequeños en términos europeos.

Los europeístas impulsores de la idea parten de la constatación, triste pero realista, de que la situación no está madura -no hay ni tiempo ni fuerza- para una nueva reforma institucional, asunto que los tratados de Maastricht y de Amsterdam cerraron en falso. A pesar de ello, los firmantes del manifiesto quieren dotar de mayor contenido político a la integración europea y europeizar las elecciones de junio de 1999. En este empeño no les falta razón.

El proceso de la integración europea -la democratización de las instituciones y la ampliación de su espacio- necesita el reforzamiento del papel del Parlamento Europeo y una Comisión fuerte e innovadora, que asegure la ejecución de las políticas acordadas en los consejos de ministros de la UE. Lo que implica un verdadero líder a su frente , responsable ante los jefes de Estado y de Gobierno y ante el Parlamento. El Tratado de Amsterdam dio algunos pasos en esa dirección, pero son insuficientes: el presidente, por ejemplo, debería tener mayor capacidad para elegir a los miembros del Colegio de Comisarios y repartir carteras.

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Los partidos políticos europeos y el mismo Parlamento irán cobrando entidad y fuerza a medida que se integren las políticas y crezca el presupuesto comunitario. Se asuma o no la propuesta del Comité Nuestra Europa, la reforma institucional habrá de hacerse. La idea propuesta por el presidente francés, Jacques Chirac, o el presidente del Parlamento Europeo, Gil Robles, de que la prepare un comité de sabios resulta valiosa. Más aún si lo preside Delors.

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