Tribuna:

Primarias

LUIS GARCÍA MONTERO Casi todas las noticias envejecen inmediatamente, son acontecimientos que adquieren en los periódicos un amarillo cadavérico cuando se les paraliza el corazón de la actualidad. Sobre las primarias socialistas vamos a poder hablar durante mucho tiempo, porque una buena idea vale más que mil palabras. No soy de los que creen que una imagen sustituye a la meditación lenta, matizada y descriptiva que ofrecen las palabras. Creo, sin embargo, que sólo las buenas ideas son capaces de superar el coro desgastador de la actualidad, la jaula de grillos en la que se ha convertido la p...

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LUIS GARCÍA MONTERO Casi todas las noticias envejecen inmediatamente, son acontecimientos que adquieren en los periódicos un amarillo cadavérico cuando se les paraliza el corazón de la actualidad. Sobre las primarias socialistas vamos a poder hablar durante mucho tiempo, porque una buena idea vale más que mil palabras. No soy de los que creen que una imagen sustituye a la meditación lenta, matizada y descriptiva que ofrecen las palabras. Creo, sin embargo, que sólo las buenas ideas son capaces de superar el coro desgastador de la actualidad, la jaula de grillos en la que se ha convertido la política española, con dirigentes hipócritas y periodistas sectarios, columnistas y tertulianos dispuestos a opinar de todo, siempre al borde de un ataque de histeria. Las primarias socialistas han sido una buena idea, se hablará de ellas durante mucho tiempo y los efectos superarán sin duda el poder desgastador inmediato de las informaciones y las desinformaciones cruzadas. El éxito no sólo radica en su celebración, sino en el hecho de que haya salido vencedor el candidato alternativo, el hombre que se ha abierto paso entre las zancadillas de los dirigentes, de los nombres burocráticos del poder, de los máximos responsables del aparato del Partido Socialista. Celebrar las primarias fue sólo una idea, que se ha convertido en buena, buenísima idea, por el resultado. La imagen negativa del PSOE en la conciencia democrática española no se debe a los casos de corrupción y a las actividades delictivas amparadas en las sombras del poder. Gente sin escrúpulos habrá siempre en todos sitios, en cualquier formación política, y los comportamientos del PP llevan años demostrándolo, por mucho que sus dirigentes ganasen las elecciones ofreciendo al electorado un proyecto demagógico de renovación nacional. Lo grave de la corrupción socialista es que el aparato del partido amparó en sus intereses a los corruptos, negándose a ejercer una labor de crítica y denuncia que le correspondía, por historia y por dignidad moral, antes que a nadie. Hemos tenido que asistir al espectáculo vergonzoso de los homenajes y los apoyos a personas acusadas de terrorismo de Estado, mantenidas incluso en las listas electorales contra viento y marea. Ése ha sido el problema, porque la burocratización de los partidos envenena el funcionamiento de la democracia, representada por personas que sólo defienden su vanidad y su puesto de trabajo, por encima de los ideales y de la conciencia. Las primarias no son el paraíso. Cuando se pongan de moda y el poder real se acostumbre a su juego, ocurrirá aquí lo que en EE UU. El candidato con ganas de triunfar tendrá que buscar apoyos económicos, alianzas que marquen el futuro de su trabajo. Pero la falta de costumbre ha hecho posible que estas primarias permitan hablar a las bases, demostrar que las presiones de los nombres sagrados del aparato, ¡ay Andalucía!, no controlan la voluntad de una militancia cansada, dispuesta a recuperar sus ideales, enfrentándose al cinismo profesional. Las elecciones primarias han sido una buena idea porque han hecho albergar la esperanza de una renovación democrática. Y ésa es hoy una de las grandes tareas de la izquierda.

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