Tribuna:

Dios

Las caras de los ejecutivos, cuando acceden sumisamente al Interior del avión del puente aéreo, parecen un conjunto de letras cuya suma forma un curioso abecedario. Así que al sentarse unos al lado de otros organizan palabras y frases con más o menos significado. Viendo el avión lleno, te das cuenta de que cada fila de asientos constituye una línea de texto que la azafata analiza morfológicamente, comprobando que todo el mundo tiene el cinturón abrochado y que los clientes esdrújulos llevan el acento en la antepenúltima. Hay pasajeros llanos, sin tilde, pero gozan de teléfono móvil; una cosa p...

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Las caras de los ejecutivos, cuando acceden sumisamente al Interior del avión del puente aéreo, parecen un conjunto de letras cuya suma forma un curioso abecedario. Así que al sentarse unos al lado de otros organizan palabras y frases con más o menos significado. Viendo el avión lleno, te das cuenta de que cada fila de asientos constituye una línea de texto que la azafata analiza morfológicamente, comprobando que todo el mundo tiene el cinturón abrochado y que los clientes esdrújulos llevan el acento en la antepenúltima. Hay pasajeros llanos, sin tilde, pero gozan de teléfono móvil; una cosa por otra. Sólo hay dos párrafos, diferenciados por el punto y aparte que separa la preferente de la turista. Durante los 50 minutos que dura el vuelo de primeras horas de la mañana, la cabina es una página recién impresa que da gusto leer, aunque no se entienda, porque si acercas la nariz al texto, te llega el olor de la tinta recién impresa: Dior, Chanel, Puig, Armani, Cacharel, Paco Rabanne, Laroche, y lociones varias para después del afeitado. En cambio, por la tarde el mismo alfabeto regresa hecho un desastre: cada uno de los rostros del abecedario lleva la marca de una reunión agotadora, de una negociación fracasada, de un amor imposible. Ese hombre que hace unas horas parecía una hache mayúscula está ahora hecho una eme. Si miras con detenimiento el texto que forman cuando vuelves la página del mediodía, no ves más que líneas torcidas y borrones.

Y al llegar a casa todavía hay que sacar al perro, que no ha hecho sus cosas. Muchos ejecutivos se preguntan entonces si hay Dios, y el animal, como si les hubiera oído, vuelve la cabeza, les contempla sin piedad durante unos segundos y da un ladrido que es en realidad una orden. O sea, que sí hay Dios, pero es un caniche.

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