Editorial:

Falta costumbre

EL PROCESO de elecciones primarias en que se ha embarcado el PSOE plantea, casi cada día, problemas para los que no hay norma previa o tradición aplicable. El secretario general, Joaquín Almunia, ha defendido el pronunciamiento de la ejecutiva del partido como tal a favor de uno de los candidatos, y ello ha suscitado críticas internas y externas. Entre estas últimas, las de algunos insospechados forofos recientes de Borrell que ya han aprovechado que el Pisuerga pasa por la ciudad natal del portavoz del Gobierno para dictaminar que lo de las primarias tiene truco. Desde el interior del PSOE, s...

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EL PROCESO de elecciones primarias en que se ha embarcado el PSOE plantea, casi cada día, problemas para los que no hay norma previa o tradición aplicable. El secretario general, Joaquín Almunia, ha defendido el pronunciamiento de la ejecutiva del partido como tal a favor de uno de los candidatos, y ello ha suscitado críticas internas y externas. Entre estas últimas, las de algunos insospechados forofos recientes de Borrell que ya han aprovechado que el Pisuerga pasa por la ciudad natal del portavoz del Gobierno para dictaminar que lo de las primarias tiene truco. Desde el interior del PSOE, su secretario de organización ha respondido que la ejecutiva "no sólo tiene el derecho, sino el deber" de pronunciarse. Si es así, se trata de una norma contradictoria con el significado político de las primarias. Más que principios abstractos, habría que aplicar el sentido común.Hasta ahora se daba por supuesto que al elegir secretario general se estaba eligiendo a la vez la mejor opción electoral del partido. Su candidatura era formalmente ratificada por el comité federal a propuesta de la ejecutiva. Ahora esa propuesta y esa ratificación carecen de sentido una vez que se establecen otras vías para que alguien sea candidato y que se reconoce al conjunto de afiliados capacidad decisoria. Eso no significa que los miembros de la dirección tengan que abstenerse de dar a conocer sus preferencias personales; pero hacer que se pronuncie la dirección como tal es convertir a uno de los aspirantes en el oficial del partido, lo que es incongruente con el espíritu de las primarias.

Existe cierta discusión sobre la igualdad de oportunidades que el partido debe garantizar para que sea una elección limpia. La principal garantía es que al final todos los afiliados puedan votar libremente. Tratándose de militantes de un partido, es de suponer que la mayor o menor tensión propagandística no sea decisiva en el decantamiento individual por uno u otro aspirante. Por el contrario, cabe pensar que los afiliados serán más sensibles que la generalidad de los ciudadanos a las presiones (o chantajes) de tipo organizativo. Evitar la desestabilización del partido o una crisis en la dirección son argumentos de peso para un militante responsable. Pero justamente la forma de evitar esos efectos es la renuncia a ligar la continuidad de la organización a uno de los candidatos.

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