Tribuna

¿Quien teme a las primarias?

En menudo lío se han metido los socialistas con su iniciativa de convocar elecciones para la designación de candidatos a cargos públicos. Si se recuerdan los argumentos que les llevaron a proponer una práctica no tan americana como piensa Alfonso Guerra, pero sí tan caída en desuso que ni siquiera los responsables de organización han aludido a ella, se comprobará lo lejos que las buenas intenciones han quedado, una vez más, de los hechos.Vamos por partes. Aunque nunca se hayan convocado unas primarias para designar al candidato a la presidencia del Gobierno (por la sencilla razón de que jamás ...

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En menudo lío se han metido los socialistas con su iniciativa de convocar elecciones para la designación de candidatos a cargos públicos. Si se recuerdan los argumentos que les llevaron a proponer una práctica no tan americana como piensa Alfonso Guerra, pero sí tan caída en desuso que ni siquiera los responsables de organización han aludido a ella, se comprobará lo lejos que las buenas intenciones han quedado, una vez más, de los hechos.Vamos por partes. Aunque nunca se hayan convocado unas primarias para designar al candidato a la presidencia del Gobierno (por la sencilla razón de que jamás ha existido tal figura en el sistema político español), someter a votación de los afiliados la elección de candidatos a cargos representativos no es una novedad en el PSOE. En febrero de 1936, Julián Besteiro debió a la entonces llamada antevotación su inclusión en la candidatura a diputados por Madrid. Se enfrentó a la lista encabezada por Largo Caballero y perdió, pero, como las listas no eran cerradas ni bloqueadas, logró en segunda vuelta un puesto en la candidatura, lo que tampoco constituía. ninguna anomalía, pues era habitual que no toda la lista del vencedor resultara elegida. Eso se llamaba democracia interna y así fue durante años sin que los americanos hayan tenido nada que ver en el asunto.

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La cuestión consiste en saber si hoy se pueden recuperar esas sanas tradiciones democráticas sin romper la organización. Antes de responder con un desplante, convendría recordar que los buenos resultados atribuidos a la avasalladora "cultura de partido" -unidad, disciplina, obediencia, eficacia- se han visto contrarrestados por las "tendencias oligárquicas y prácticas clientelares que constituyen una grave distorsión de nuestra democracia interna", según reconocía el último Congreso del PSOE. Constataban también los socialistas que esas tendencias habían aislado a su partido de los ciudadanos hasta el punto de que muchas veces el candidato con más apoyo de la organización era el más rechazado por los electores.

Para atajar tan lamentables desvíos, los socialistas aprobaron un "mecanismo de elecciones primarias" que debía garantizar "nuevas dinámicas democráticas" de la organización y una mayor "vinculación de los ciudadanos". De momento, el piadoso deseo de vincular a los ciudadanos queda. para mejor ocasión, con el consiguiente alivio de los devotos de la cultura de partido. Pero es que, además, la argucia de convertir una elección en un plebiscito, puesta en práctica in extremis por Redondo y convertida en ley por Almunia, transforma el contenido de la convocatoria, pues coloca a los afiliados en la tesitura de ratificar o censurar la elección del secretario general, hasta ahora competencia exclusiva del congreso del partido.

Y así, quizá por esa veta libertaria que González evocaba en su discurso de despedida o tal vez porque su sucesor buscala legitimación de las bases frente a las reticencias de los barones, los socialistas han resucitado la asamblea de afiliados, como órgano superior al congreso, con atribuciones para revocar la elección de secretario general. Ellos sabrán lo que hacen al someter a la organización a un posible descabezamiento en el inicio de una campaña electoral y al ofrecer aalgún candidato no oficial la baza de aglutinar una protesta orgánica. En todo caso, lo correcto es que, si se corre el alburde unas primarias, los candidatos compitan sin cartas marcadas y que, si resulta elegido el que ha tenido la osadía de presentarse sin pedir permiso a la dirección, el otro permanezcaen su puesto, apoye sin titubeos al vencedor y deje para elsiguiente congreso su posible renuncia. Pero amagar con primarias para luego sacar de la chistera la carta de la huida esuna "distorsión" del procedimiento democrático, con el conocido resultado de fomentar "las tendencias oligárquicas y las prácticas clientelares, etcétera", que luego se lamenta proforma en las resoluciones congresuales.

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