"Ver fútbol, lo mejor que nos puede pasar"

Estampa de una familia albanesa de Kosovo sacudida por el desastre de su mundo

ENVIADO ESPECIAL"Lo que ha sucedido es lo peor que podía haber pasado, porque mucha gente que no se sentía enemiga de los serbios se está radicalizando ahora. Los albaneses no van a perdonar lo ocurrido en Drenica y la muerte de mujeres y niños", asegura Fadilj, el cabeza de familia. Los Krasniqi, una familia bien avenida, vecinos de Pristina, no representan al albanés prototipo de Kosovo, pero explican a la perfección el deterioro de una situación que se ha hecho insostenible para casi dos millones de personas en la provincia sureña serbia.

Musulmanes, pero no practicantes. Tres hi...

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ENVIADO ESPECIAL"Lo que ha sucedido es lo peor que podía haber pasado, porque mucha gente que no se sentía enemiga de los serbios se está radicalizando ahora. Los albaneses no van a perdonar lo ocurrido en Drenica y la muerte de mujeres y niños", asegura Fadilj, el cabeza de familia. Los Krasniqi, una familia bien avenida, vecinos de Pristina, no representan al albanés prototipo de Kosovo, pero explican a la perfección el deterioro de una situación que se ha hecho insostenible para casi dos millones de personas en la provincia sureña serbia.

Musulmanes, pero no practicantes. Tres hijos, menos que la media, educados los tres, sin trabajo los tres. Sanije, la hija, de 35 años, casada en Pec. Djimsit, de 34, y Kujtim, de 28, los varones. Los tres nacidos en Kosovo, adonde el padre y la madre, Hasije, una maestra, se trasladaron desde su nativa Albania finalizada la II Guerra Mundial. Viven en una casa de dos plantas en Taslidje, un barrio alto de Pristina.

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"Conseguimos que los tres estudiaran; el mayor, Derecho con inmejorables notas; el pequeño ha acabado una diplomatura en Recursos Energéticos; la chica trabajó en la radio hasta que los serbios suprimieron nuestras libertades". La realidad, a comienzos de 1998, es que Kutjim tiene problemas con el alcohol, y Djimsit, siempre en busca de trabajo, comienza a parecer una versión tercermundista de un personaje de Woody Allen.

La jornada de los Krasniqi se inicia antes de las ocho, cuando alguno acude a una tienda vecina a comprar pan, leche y lo estrictamente indispensable: lo que permite la economía familiar. El resto del día consiste para los hijos en un ir y venir por Pristina para encontrarse con amigos o conocidos en busca de cualquier chapuza o trampa que les permita soñar con abandonar Kosovo. Como ellos, miles de jóvenes en una región -la más pobre de un país en bancarrota- donde el desempleo podría rondar el 80%.

Los padres, ambos jubilados -él como militar-, consiguen reunir con sus pensiones unas 45.000 pesetas. La gran novedad en la vida de la pareja, confiesan, es un nuevo repetidor de televisión que sintoniza una cadena de Belgrado dedicada básicamente al deporte y los seriales. El señor Krasniqi, de 68 años, considera que, "a estas alturas, ver fútbol o baloncesto es lo mejor que nos puede pasar". Los equipos yugoslavos son "sus" equipos. El matrimonio añora los últimos años de Tito, cuando se podían tener muchas de las comodidades occidentales y viajar con un pasaporte respetado. Un coche Zastava de 15 años lleva ahora a los Krasniqi, cuando quiere, a Mitrovica o a Pec a ver a su hija, siempre y cuando puedan comprar sin apuros 20 litros de gasolina.

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Kutjim, cuyo diploma obtenido en la Universidad "paralela" albanesa no es reconocido en ninguna parte salvo en Kosovo, trabajó una temporada en un casino del lado turco de Chipre. De allí se trajo 4.000 marcos que ha gastado en tres visados falsificados para lograr salir de Pristina. Las tres veces ha sido descubierto, dos en las fronteras serbias y la otra en Londres. Suspira por huir, y el nuevo sueño es Australia.

Los albaneses de Kosovo -con una de las tasas de natalidad más altas del mundo- funcionan desde 1990 con una Administración paralela. Tienen un presidente de la república, un gobierno (en el exilio) y un teórico parlamento sumergido. Y sus propios medios de comunicación. Es un poder político imaginario, un seudoestado clandestino, pero tolerado por Belgrado que lidia básicamente con la organización educativa, "enterrada" también a partir de la enseñanza primaria. La secundaria y la universitaria se imparten en casas particulares, por profesores albaneses expulsados cuando Milosevic, hace nueve años, en el apogeo de su escalada ultranacionalista, liquidó la autonomía de la región, disolvió su Parlamento y envió a su policía y a su Ejército. Todo se financia malamente con el porcentaje que cada albanés en Serbia y la nutrida diáspora detrae de sus ingresos y entrega para la causa. Suele ser alrededor del 3%, pero los Krasniqi son muy discretos en este punto.

Casi todo en Kosovo es virtual. La imitación de la realidad es tal que incluso hay dos ligas de fútbol, Primera y Segunda División. Los cafés siempre están llenos de muchachos que se gastan el último dinar, obtenido quién sabe cómo. En este caldo de cultivo, una ficción aderezada por la pasividad política de Ibrahim Rugova -un dirigente que evoca, en su presencia y maneras, a los de Acción Católica-, ha ido desarrollándose el Ejército de Liberación de Kosovo (UCK), un embrión de guerrilla.

"Si en Kosovo hubiera trabajo, el UCK, que no es un gran grupo terrorista, sino una banda de jóvenes desesperados, no tardaría en desaparecer", opina Hasije Krasniqi, una mujer culta. "Pocos aquí piensan en serio en la independencia, aunque digan lo contrario, y menos aún en unirse con Albania. Nosotros, mi marido y yo, hemos nacido en Albania y hemos visitado el país varias veces. Su situación es diez veces peor que la nuestra aquí. La tragedia, aseguran, es Milosevic. "Sin él, todo iría mejor para serbios y albaneses".

Algunos atardeceres, antes de recogerse en casa para el último té, Kujtim visita una gasolinera cercana. Su amigo Adem, jubilado anticipadamente de una mina de zinc cercana, en Kisnica, trabaja allí, en el retrete, tras la impenetrable cortina de humo de sus incesantes cigarrillos. Una silla, una mesita y el platillo donde recoge las monedas de los usuarios -todo en tres metros cuadrados iluminados por un ventanuco- componen la oficina. Nada extraordinario si no fuera porque, en esa letrina irrespirable, Adem ha instalado un auténtico vivero, un botánico en miniatura, su existencia real. Y Kutjim acude allí a que le hablen de las plantas, a verlas crecer, dice, y orientarse hacia la luz, hacia su libertad.

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