Entrevista:

"El madrileño suele ser fantasma, pero también solidario

A veces, ser gracioso resulta bastante complicado. Lo peor es intentar, sin serlo, parecerlo. Con los chistes puede suceder que una vez lanzado el chascarrillo, el eco sólo sea una risita fingida. Luego están los que empiezan animados y enseguida reconocen que han olvidado el final; los que desvelan la gracia antes de tiempo y destrozan el encantó. O quienes se preguntan desolados, ¿por qué este chiste resulta tan gracioso en boca ajena? Pero lo más difícil es memorizar las historietas. Chiste viene de chistar, suena a tchiss, tchiss..., a contraseña, algo que debe transmitirse a media voz...

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A veces, ser gracioso resulta bastante complicado. Lo peor es intentar, sin serlo, parecerlo. Con los chistes puede suceder que una vez lanzado el chascarrillo, el eco sólo sea una risita fingida. Luego están los que empiezan animados y enseguida reconocen que han olvidado el final; los que desvelan la gracia antes de tiempo y destrozan el encantó. O quienes se preguntan desolados, ¿por qué este chiste resulta tan gracioso en boca ajena? Pero lo más difícil es memorizar las historietas. Chiste viene de chistar, suena a tchiss, tchiss..., a contraseña, algo que debe transmitirse a media voz. La discreción es la primera norma que aconsejan los expertos para no pasarse de listo ni resultar pesado. El arte de contar chistes sin parecer imbécil, es el título del libro que acaba de publicar Paco Barrero, periodista, guionista, hombre de teatro, actor de radio y coleccionista de gracietas. En su cabeza, centenares. En su ordenador, 40.000.

Pregunta. Coleccionar chistes no cotiza mucho en las subastas.

Respuesta. Para mí, sí. Yo empecé a acumular chistes hace 15 años casi por casualidad y ahora puedo repartirlos en 120 temas genéricos. El sentido del humor es muy importante en la vida.

P. Pero uno de los principales problemas de contar chistes es que se olvidan.

R. Aprendes a organizarte. A mí me cuentan chistes cada día. Los anoto en un papel y luego los paso al ordenador. Para recordarlos, tengo reglas mnemotécnicas. En una gala cuento una media de 85 a 110 chistes. Preparo lo que se llaman cortinillas. Me digo, por ejemplo: "En la cabina de un avión, Caperucita tiene una discusión con el piloto". Pues bien, en esa frase, cada palabra es un chiste: el de la cabina, el de Caperucita, el de los políticos que discuten...

P. Y, ¿qué pasa con los chistes morbosos, como los de Lady Di?

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R. Que jamás se deben contar en público. Primero, porque los prohíbe la Constitución, y segundo, porque son de muy mal gusto.

P. ¿Cómo son los madrileños contando chistes y cómo son los chistes de madrileños?

R. Tal y como dice el tópico: el catalán es tacaño; el vasco, exagerado, y el madrileño, chulo. Pero cultivamos una chulería entre comillas, muy acogedora, sana, de fritanga verbenera que diría un castizo. Esta ciudad se ha vuelto muy cosmopolita pero sigue siendo muy sensible a los problemas ajenos. El madrileño suele ser fantasma, pero solidario también.

P. Cuéntenos alguno.

R. Dice: "Oiga, por favor, ¿para ir a La Paz?"'. "Pues bébase tres botellas de lejía y llega en 10 minutos". Otro: "Oiga, ¿voy bien para la plaza Mayor?". "¡Claro!, yo vengo de allí en vaqueros y no me ha pasado nada".

El arte de contar chistes sin parecer imbécil. Atlántida. 1.800 pesetas.

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