Los dos montañeros sobrevivieron tres días en la nieve, refugiados entre rocas y atrapados con ramas

Comenzaba a anochecer. Dos jóvenes se adentraron con paso cansino en la aldea de Bocígano, en la linde de la provincia de Guadalajara. Regresaban de una pesadilla vivida a 2.000 metros de altura, a 14 grados bajo cero y a 80 kilómetros de Madrid. "¿Sois vosotros los que estabais perdidos desde el domingo?". "Sí". "Venid para acá". Javier Giménez y Paco del Pozo, bomberos de la Comunidad presentes en el pueblo en labores de rastreo, comenzaron a despeinar al más alto de los dos recién llegados en un gesto de alegría. Luego los abrazaron. Eran Eduardo Bermejo, de 21 años, y Eloy Catalán, de 16, ...

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Comenzaba a anochecer. Dos jóvenes se adentraron con paso cansino en la aldea de Bocígano, en la linde de la provincia de Guadalajara. Regresaban de una pesadilla vivida a 2.000 metros de altura, a 14 grados bajo cero y a 80 kilómetros de Madrid. "¿Sois vosotros los que estabais perdidos desde el domingo?". "Sí". "Venid para acá". Javier Giménez y Paco del Pozo, bomberos de la Comunidad presentes en el pueblo en labores de rastreo, comenzaron a despeinar al más alto de los dos recién llegados en un gesto de alegría. Luego los abrazaron. Eran Eduardo Bermejo, de 21 años, y Eloy Catalán, de 16, los dos montañeros perdidos durante tres días interminables entre la niebla, el viento y la nieve de la sierra de Ayllón (Segovia). Habían conseguido sobrevivir gracias a un aplomo especial que les permitió mantener la calma, administrar sus escasos alimentos (mandarinas, pan y espaguetis), dormir abrazados, nunca más de media hora cada uno, en huecos de rocas sellados con ramas y, sobre todo, darse mutuamente masajes para evitar la congelación. "La niebla nos traicionó en el pico del Lobo [2.263 metros de altitud]", dijo Eloy con una sonrisa. "Pero nunca el miedo fue superior a la esperanza", confesaron los dos jóvenes, aturdidos, pero a salvo y con sus familiares, en el parque de bomberos de Lozoyuela, donde fueron sometidos a un reconocimiento médico.

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Ellos desconocían la movilización organizada para rescatarles, que había congregado en las estribaciones de la sierra a sesenta guardias civiles y otros cuarenta efectivos de bomberos de la Comunidad, Protección Civil y de la Cruz Roja, así como cincuenta montañeros especializados que se presentaron voluntarios para colaborar en las tareas de rescate. Una de las mayores dificultades para localizar a los extraviados fue que la niebla creciente impidió durante tres días completos a los helicópteros de la Guardia Civil y del Servicio de Emergencia y Rescate de la Comunidad de Madrid sobrevolar por encima de los 1.700 metros de altitud y localizar su rastro, perdido a 2.000 metros. Ayer por la mañana, tras casi 40 kilómetros recorridos, en las inmediaciones de las abandonadas minas de oro, avistaron en cuatro ocasiones un aparato. Agitaron las manos y los brazos sin resultado.La jornada de ayer había comenzado para ellos con la determinación firme de alcanzar un pueblo en las faldas de la sierra de Ayllón. Se acercaba el atardecer y la extenuación comenzaba a apoderarse de ellos. Fue entonces cuando divisaron la aldea de Bocígano, habitada por nueve vecinos.

A paso lento, pero firme, apoyándose cada uno sobre un bastón de esquí, Eduardo y Eloy, enfundados en sus zamarras montañeras y con sus botas de marcha, entraron a la aldea por la calle de Hontarrón. En la plaza, se encontraban los lugareños junto con una patrulla de bomberos de la Comunidad y efectivos de la Cruz Roja. Dispositivos similares, se hallaban en pueblos contiguos como El Cardoso.

El atuendo rojo de Eduardo hizo creer a los bomberos, que se encontraban ante un colega. Pronto se dieron cuenta de que no era así. Tras los abrazos, fueron todos al bar de Juan Enrique Palomino quien les sirvió un café con leche. "Corto de café me lo pidieron", señaló el propietario.

Para calentar a los montañeros, les encendieron la estufa de gas y les dieron calcetines y calzado seco. "Se les veía sobrados, con mucha fuerza", comentó Iñaki Díez, veterinario de Bocínago. Tras relatar brevemente su peripecia, telefonearon a desde allí mismo a sus padres en Riaza. Apenas 40 kilómetros les separaban.

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