Cartas al director

El horror impuesto

Tengo 23 años. Desde que nací, existe, y su eco ha resonado siempre en mi cabeza. Mi generación ha tenido la oportunidad de no mitificar a ETA durante el franquismo, de no sentirse afín a su ideología marxista, a su concepto de "revolución", de no parecemos atractivos sus postulados acerca de la "represión" policial de la que tanto hablan. Hemos nacido con la democracia, cuando el horror del coche-bomba y el tiro en la nuca era ya indiscriminado y gratuito.Es por esto por lo que nuestras expresiones de rechazo son más contundentes, no tenemos ningún tipo de atadura moral para mostrar nuestro d...

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Tengo 23 años. Desde que nací, existe, y su eco ha resonado siempre en mi cabeza. Mi generación ha tenido la oportunidad de no mitificar a ETA durante el franquismo, de no sentirse afín a su ideología marxista, a su concepto de "revolución", de no parecemos atractivos sus postulados acerca de la "represión" policial de la que tanto hablan. Hemos nacido con la democracia, cuando el horror del coche-bomba y el tiro en la nuca era ya indiscriminado y gratuito.Es por esto por lo que nuestras expresiones de rechazo son más contundentes, no tenemos ningún tipo de atadura moral para mostrar nuestro dolor sin pudores, para llorar o apretar los dientes las mañanas lluviosas en las que un atentado te sorprende aún soñoliento. Es por esto que nos atrevemos a preguntar a sus cachorros (le muerte la diferencia entre nación, país, estado y pueblo, sin que sepan contestarnos. También es por esto que la mirada se nos haya vuelto opaca y que nuestras sonrisas sean, en muchas ocasiones, sólo medias sonrisas. Nos han robado tanto y luchamos tanto para recuperarlo. Pero es en estas mañanas cuando observas y sientes que el peso en la espalda es excesivo. Cuando el alma se te ha caído tantas veces a los pies, los pedacitos son en cada ocasión más pequeños y difíciles de recoger, pero poco a poco, con pinzas, unes de nuevo el rompecabezas de la sinrazón, lo reconstruyes e intentas sonreír. A veces lo logras, pero todas ellas piensas que el txistu y el levantamiento de piedra no son motivos suficientes para matar, que una montaña y un mar pegados en el horizonte no son motivos suficientes para matar, que un idioma radicalmente distinto no es motivo suficiente para matar. No existen motivos justificados. La vida, para casi todos, continúa.

Ahora es pronto en la mañana. Me vestiré, desayunaré. Compraré el periódico y en el quiosco me encontraré con mi vecino -yo compro EL PAÍS, y él, Egin-, nos miraremos, y hoy, sólo podré hacerlo hoy, no le saludaré, es mi amigo.-

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