Ilustres imbéciles
Viernes. Cuatro de la tarde. Llueve. Atasco. Mi mujer vuelve del trabajo. Circula, en caravana, detrás de un Jeep Cherokee. Dentro del Jeep hay un famoso; mira por el retrovisor y ve el coche rojo de mi mujer, que le sigue desde hace rato en medio del atasco. El famoso empieza a sufrir el síndrome de Lady Di: se siente acosado por la prensa, y no puede salir disparado para dejarse los sesos en una columna porque esto no es París, sino Madrid a las cuatro de la tarde, y hay atasco. Por cierto, mi mujer es psicóloga; no se parece en nada a Rosa Villacastín y mucho menos a Jesús Mariñas. D...
Viernes. Cuatro de la tarde. Llueve. Atasco. Mi mujer vuelve del trabajo. Circula, en caravana, detrás de un Jeep Cherokee. Dentro del Jeep hay un famoso; mira por el retrovisor y ve el coche rojo de mi mujer, que le sigue desde hace rato en medio del atasco. El famoso empieza a sufrir el síndrome de Lady Di: se siente acosado por la prensa, y no puede salir disparado para dejarse los sesos en una columna porque esto no es París, sino Madrid a las cuatro de la tarde, y hay atasco. Por cierto, mi mujer es psicóloga; no se parece en nada a Rosa Villacastín y mucho menos a Jesús Mariñas. Delante del Jeep, un providencial coche del Cuerpo Nacional de Policía. El famoso baja de su coche y corre al de los policías. "Soy un famoso", les dice, "y me sigue una periodista; hagan algo". Primer plano del famoso (¿famoso actor, famoso juez, famoso delincuente o simplemente famoso de profesión?) pidiendo protección a las fuerzas de la ley. ¿Y qué hacen los celosos guardianes del orden? En lugar de decirle que aquí no está prohibido (ni siquiera a los periodistas) que un coche siga a otro, y mucho menos en un atasco, se dirigen a mi mujer -sospechosa de un delito, ¿cuál?-, la abordan con semblante torvo y le exigen que se eche a un lado, que deje de seguir al famoso (que aprovecha para irse sin dar la cara) y que se identifique. Mi mujer, que no se ha percatado de que imprudentemente está siguiendo a un famoso, no sabe de qué va la historia. Como, por suerte para ella, no es periodista, al final la dejan marchar, diciendo: "Bueno, tranquila, no pasa nada". ¿Cómo que no pasa nada? Cuando la policía aborda a una ciudadana bajo sospecha en mitad de un atasco para exigirle que no siga a un presunto famoso, además de equivocarse y bordear el ridículo, está excediendo sus funciones, actuando de forma ilegítima y contra derechos fundamentales de los no famosos. La policía debe conocer la! leyes y respetar a los ciudadanos frente a los caprichos y paranoias de ilustres imbéciles. Sucede que yo sí soy periodista, aunque por suerte no tengo que ganarme la vida siguiendo a subnormales. Si hubiera estado yo en el atasco, detrás del famoso, ¿qué habría hecho la policía, detenerme?-