Cartas al director

Las segundas partes no suelen ser buenas

El liberalismo tuvo su época de gloria cuando en el siglo pasado y las primeras décadas de éste defendió, junto con movimientos de corte socialista, y contra la reacción del absolutismo monárquico, la independencia de las colonias, el sufragismo o las libertades de prensa, credo y asociación. Las segundas partes, ya se sabe, no suelen ser buenas y a veces se quedan en un feo remedo de las primeras.Independizadas políticamente (que no económicamente) las colonias y conseguidas en muchos países de Europa y América las libertades formales de prensa, credo y asociación, el neoliberalismo se ha emp...

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El liberalismo tuvo su época de gloria cuando en el siglo pasado y las primeras décadas de éste defendió, junto con movimientos de corte socialista, y contra la reacción del absolutismo monárquico, la independencia de las colonias, el sufragismo o las libertades de prensa, credo y asociación. Las segundas partes, ya se sabe, no suelen ser buenas y a veces se quedan en un feo remedo de las primeras.Independizadas políticamente (que no económicamente) las colonias y conseguidas en muchos países de Europa y América las libertades formales de prensa, credo y asociación, el neoliberalismo se ha empeñado en agitar la única bandera de la libertad de empresa frente a un Estado burocratizado, regido menos por el pueblo soberano que por los soberanos poderes fácticos.

Siguiendo a ultranza este ideal de libertad de empresa, pues de un ideal se trata, aunque los neoliberales presuman de riguroso pragmatismo, ésta sólo sería posible en el caso de que se respetaran principios como los de una cierta igualdad en la competencia y dispersión en la riqueza.

¿De qué competencia hablamos cuando, en casi todos los sectores productivos, el camino seguido es el contrario, el de la concentración de poder y la riqueza en menos manos?

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En las actuales circunstancias tiene uno la impresión de que, cuando se habla de libertad de empresa, se alude al privilegio de unos grandes almacenes, propiedad de una empresa multinacional, de forzar el cierre de todos los puestos del mercado del barrio, el privilegio de la nueva élite rectora de contratar de saldo a los curritos, el privilegio del pez grande de comerse al chico.

Por supuesto, las libertades fórmales de la mayoría seguirán existiendo, al menos mientras en la práctica sean inoperantes. Claro que siempre nos quedará un amplio margen dé libertad: la libertad de elegir irnos de vacaciones a la playa o a la montaña; la de poner verde al muñeco de turno, que total tanto le da; la de escoger pareja y, si tenemos el mal gusto de soñar con unas condiciones más justas de reparto de la riqueza y el poder, la de amargarnos a nuestras anchas. Llegado el momento de suicidamos, podremos incluso escoger entre meternos el tiro en la sien derecha o en la sien izquierda.-

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