Tribuna

Localismos

El resultado producido ayer en las elecciones autonómicas al Parlamento de Galicia plantea algunas cuestiones que pudieran llegar a resultar preocupantes por lo que tengan de tendencia subyacente, al margen de su significado coyuntural. Escribo esto cuando todavía no se conocen los resultados oficiales, pero cabe suponer que se cumplirán los pronósticos y se confirmará la mayoría ostentada por Fraga, la coalición progresista no podrá cumplir su objetivos y se consolidará claramente la opción nacionalista de Beiras. Sin embargo, más allá de las cifras concretas, existen dos hechos reveladores y...

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El resultado producido ayer en las elecciones autonómicas al Parlamento de Galicia plantea algunas cuestiones que pudieran llegar a resultar preocupantes por lo que tengan de tendencia subyacente, al margen de su significado coyuntural. Escribo esto cuando todavía no se conocen los resultados oficiales, pero cabe suponer que se cumplirán los pronósticos y se confirmará la mayoría ostentada por Fraga, la coalición progresista no podrá cumplir su objetivos y se consolidará claramente la opción nacionalista de Beiras. Sin embargo, más allá de las cifras concretas, existen dos hechos reveladores y quizás asociados entre sí que merecen alguna reflexión política. Me refiero, por una parte, al declive relativo que parece estar sufriendo la izquierda; y, por otro lado, al afloramiento de un evidente localismo, que se manifiesta tanto por el auge nacionalista como por la boyante sobrevivencia del caciquismo residual que anida en el Partido Popular.Por lo que respecta a los resultados de la izquierda, la situación es ciertamente decepcionante. Es verdad que la serie histórica siempre ha colocado a los socialistas por debajo del PP, como corresponde a la baja tasa de salarización de Galicia. Pero en esta ocasión se podía esperar algo más. El hecho de que el PSOE haya perdido el poder en Madrid permitía hacer pensar que el voto de castigo (o la abstención punitiva) ya no le seguiría penalizando como antes. Los electores jóvenes y urbanos se resistían a apoyarles hasta ahora porque parecía de mal gusto votar al partido del Gobierno, premiando así a los sospechosos de escándalos y corrupciones. Pero, como el PSOE ya ha abandonado el poder y ejerce ahora la oposición, podía confiarse en que la juventud urbana más educada y más crítica se decidiría a votar socialista en mayor medida que hasta ahora, aunque sólo fuera para castigar al Gobiemo gallego.

Y a todo esto se sobreañadía un hecho de capital importancia. Me refiero, claro está, al olivo gallego: la coalición electoral firmada entre Esquerda Unida, Os Verdes y el PSdeG. Para el conjunto de España, y no sólo para Galicia, hubiera resultado enormemente esperanzador que esta alianza llegase: a cosechar éxito suficiente. De ello dependían muchas cosas, destacando la superación definitiva de la histórica división entre las izquierdas españolas, al margen de su coyuntural utilidad para desplazar a la derecha del poder. Pero por desgracia no ha sido posible. Por supuesto, cierta culpa es achacable- a las insidias de Anguita, con su política de tierra quemada que busca destruir lo que no puede ganar o retener, pero esto no resulta explicación suficiente. Por eso parece más lógico atribuirlo al débil liderazgo de Abel Caballero y sobre todo a la mala imagen que todavía arrastran los socialistas, dada su incapacidad para explicar y asumir sus responsabilidades políticas: Filesa y los GAL pesan como una losa todavía.

De ahí que mucho voto joven o crítico que potencialmente pudiera haber apoyado al olivo haya preferido desviarse hacia el Bloque. Pero con ello se alimenta una tendencia localista que, al encontrar su paralelo en otras análogas tendencias centrífugas de otros territorios históricos, resulta ciertamente preocupante para la gobernabilidad de España. Se me dirá que no hay por qué alarmarse, pues la creciente debilidad del PSOE como partido vertebrador de ámbito estatal está suficientemente suplida por el actual partido del Gobierno. Pero no hay tal. El PP parece poco más que una contemporánea Confederación de Derechas Autónomas, como demuestra mejor que nada el caso gallego, que es puro caciquismo territorial. Pero lo mismo sucede en toda la mitad septentrional, Conde la federación aznarista se entiende a las mil maravillas con las demás derechas territoriales, sean regionalistas o nacionalistas. Así que debe temerse lo peor, a juzgar por la victoria de ayer de ambos localismos gallegos: el del Bloque y el de los caciques provinciales que se amparan tras Fraga. Y la centrifugación continuará mientras los socialistas sigan bajo sospecha. ¿Hasta cuándo?

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