Tribuna:

'El Formidable'

Los aficionados, término que sirve para descalificar a cualquiera fuera del ámbito taurino, donde cobra caracteres de máximo reconocimiento, los aficionados de Las Ventas, decía, han seguido la feria de otoño con la resignación de estos últimos años hasta el jueves pasado con los toros de Victorino y el domingo con Pepín Jiménez en el cuarto de la tarde, al que pusieron en su sitio para el triunfo los pares de banderillas de El Formidable. Pero hablar de El Formidable nos obliga a decir, y ya era hora, que las dinastías, tan exhibidas con ocasión de la boda de la infanta doña Cri...

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Los aficionados, término que sirve para descalificar a cualquiera fuera del ámbito taurino, donde cobra caracteres de máximo reconocimiento, los aficionados de Las Ventas, decía, han seguido la feria de otoño con la resignación de estos últimos años hasta el jueves pasado con los toros de Victorino y el domingo con Pepín Jiménez en el cuarto de la tarde, al que pusieron en su sitio para el triunfo los pares de banderillas de El Formidable. Pero hablar de El Formidable nos obliga a decir, y ya era hora, que las dinastías, tan exhibidas con ocasión de la boda de la infanta doña Cristina en Barcelona, donde tienen su mayor arraigo es precisamente en el mundo taurino. Qué par puso en todo lo alto El Formidable, el peón de Pepín Jiménez, una figura en apariencia contraindicada para la lidia, y cómo salió andando después hasta llegar a las tablas de puntillas sin traducir el esfuerzo y la emoción del momento y sin perder la cara del sobrero de los hermanos Astolfi aunque le diera la espalda.Y qué respeto admirable al protocolo el que mantiene el subalterno sin desmonterarse pese a los aplausos del respetable hasta que el espada se lo indica. Porque para protocolo o liturgia, la de la Iglesia, la de los militares y la de la Fiesta Nacional. Todo lo demás son sucedáneos. Por eso llamó la atención que el sábado, en Barcelona, el Rey y el Príncipe de Asturias, con uniforme militar de gala, aparecieran a cielo descubierto sin la prenda de cabeza y sin los guantes blancos que señala la etiqueta para estas ocasiones. Otros protocolos sí se cumplieron en la boda de la Infanta. Así, por ejemplo, el de la llegada de Pedro J. Godoy a la terminal. de Barajas a bordo de un Audi blindado reglamentario con el presidente de Telefónica, Juan Villalonga, en el pescante, del que bajó con la agilidad de un jugador de pádel para lanzar a sus escoltas tras los fotógrafos de EL PAÍS a la voz de "a por ellos". Es muy de ver cómo el valido se mantiene impávido en el asiento trasero mientras sus colegas de la cámara reciben el embate de los hombres de la seguridad, naturalmente privatizada

Era preciso llegar a tiempo a la Ciudad Condal, en jet privado. Allí, en el hotel, esperaban el presidente Aznar y el vicepresidente Rato para compartir una cena con sabor digital y ambiente de nuevas tecnologías en tomo a cuestiones de interés general que se prolongó en deliciosa sobremesa. Porque un periodista se debe a la noticia y las noticias, como nos tiene advertidos Onésimo Anciones, no van a las redacciones; están en los bares, en los restaurantes y en las sobremesas privadas. Por eso a Pedro J. Godoy tampoco le tembló el pulso ni las rodillas ni sufrió malestar de estómago alguno cuando hubo de acudir en servicio de sus lectores una y otra vez al chalé de Emilio Rodríguez Menéndez para compartir mesa y mantel y entrevistarse con quien hizo falta dispuesto siempre a sacar a España del fango sin temer salpicaduras. Por eso estuvo también aquella Semana Santa en el balcón de Carabaña mientras sus vástagos se mezclaban con las turbas locales vestidos con túnicas de romanos trocando el canotier por el casco de las legiones.

Ahora, a buenas horas mangas verdes, reaparece Rodríguez Menéndez con sus narraciones de anfitrión sobre las ayudas de Pedro J. Godoy a la fuga de la dulce Neus y las recomendaciones de unir el informe Navajas al caso Ucifa, que acaba de juzgarse, además de ejercer otras presiones sobre los arrepentidos para dirigir su memoria sobrevenida hacia objetivos bien determinados. Una vez más, los enfrentamientos pueden ser luminosos, como sucede con las altas diferencias de potencial entre ánodo y cátodo entre las que cuando se fija la distancia precisa salta la chispa esclarecedora del arco voltaico para contento del público de la sala, que puede así ver la película de los hechos. Pero frente a la tergiversación de los anuncios escritos y de las cuñas radiofónicas es preciso aclarar cuanto antes que cuantos trabajaron en el diario Madrid defendiendo las libertades nada tienen que ver con quienes invocan en falso esa trayectoria ejemplar y que todos ellos deploran la utilización de una memoria que pertenece a otra historia, la de la democracia española, a la que les enorgullece haber contribuido.

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