Tribuna

El juego de las mentiras

Clasificándose anoche para su quinto mundial consecutivo -aunque sea con un rodillazo y contra Eslovaquia-, España ha encadenado una racha magnífica y nuestra selección empieza a acostumbrarse a no faltar a las citas importantes. A partir de ahora, muchos de nosotros empezaremos a soñar con el campeonato que se celebrará en Francia y a tener preparada la pregunta fundamental que tendremos que hacerle el verano próximo a todo aquel que pretenda alquilamos un apartamento en la playa: "¿Tiene tele?". Todo eso es una buena noticia. Sin embargo, el momento de las celebraciones puede ser tan bueno c...

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Clasificándose anoche para su quinto mundial consecutivo -aunque sea con un rodillazo y contra Eslovaquia-, España ha encadenado una racha magnífica y nuestra selección empieza a acostumbrarse a no faltar a las citas importantes. A partir de ahora, muchos de nosotros empezaremos a soñar con el campeonato que se celebrará en Francia y a tener preparada la pregunta fundamental que tendremos que hacerle el verano próximo a todo aquel que pretenda alquilamos un apartamento en la playa: "¿Tiene tele?". Todo eso es una buena noticia. Sin embargo, el momento de las celebraciones puede ser tan bueno como cualquier otro para recordar que, de alguna manera, la nueva división política de Europa ha convertido buena parte de las competiciones deportivas del continente en un engaño. La pelea deportiva de equipos como Letonia o Estonia con selecciones de la categoría de Brasil o Alemania hace pensar en una chica a la que hubiesen invitado a última hora a una fiesta y tuviera que hacerse un traje de noche con la tela de un biquini.Dejando de lado ese fatalismo, por desgracia tan español, según el cual cuando perdemos es porque somos muy malos y cuando ganamos es porque los malos eran los otros, no conviene olvidar que nuestros rivales en el camino a Francia 98 han sido conjuntos tan débiles como los de Malta o las Islas Feroe y países que han surgido de las recientes mutaciones políticas, como la República Checa y el rival de anoche, Eslovaquia, un grupo tan bienintencionado, tan incapaz siquiera de dar una patada que hace pensar en lo que dijo el escritor Jaime Gil de Biedma cuando alguien le preguntó qué era lo peor de los malos poetas:

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Es fácil", dijo, "son tan inocentes, que ni siquiera plagian".

Es verdad: hemos llegado otra vez a los mundiales, como siempre, pero da la sensación de que cada vez que lo hacemos ganándole a rivales más fáciles, a enemigos de una división inferior que valdrán para que España aparezca en las clasificaciones trimestrales de la FIFA triunfalmente colocada entre los cinco mejores equipos del mundo y para muy poco más, mientras al final, una y otra vez, acabemos perdiendo en cuartos con los de siempre y por las razones de siempre: Alemania, Italia, Inglaterra, la mala suerte, Julio Salinas, los penaltis, la nariz de Luis Enrique...

De momento, a pesar de todo, estamos de nuevo contentos y con los grandes. Y aunque todo el mundo sepa que la meta a la que llegas vale más o menos dependiendo de a quién hayas adelanta do para llegar allí, la esperanza es -en todo, pero especialmente en el fútbol- lo último que se pierde. Siempre y cuando, claro, la cosa siga como hasta ahora, porque como prosperen antes de tiempo los deseos nacionalistas de más de uno que yo me sé y empiecen a quitarle a Clemente los jugadores catalanes, los andaluces, los vascos... ¿Se imaginan que tuviésemos que ir al mundial de Francia sólo con los de Castilla-La Mancha o algo así? ¿Le habríamos ganado sólo con ellos a los de la República Checa y a los eslovacos?

Benjamín Prado es escritor.

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