Tribuna:

España, ¿católica?

"La España católica no existe"; así de claro lo confesó monseñor Torrella, arzobispo de Tarragona y primado de las Españas, hace unos años.Yo, durante 20 años, en la revista Triunfo, mantuve esa tesis. España había sido católica; pero ahora ya no lo era. Sólo quedan restos de lo que fue el catolicismo de tanta categoría del valiente nihilismo de San Juan de la Cruz, del elevado humanismo de Santa Teresa, de la altura espiritual de fray Juan de los Ángeles, de la crítica eclesiástica de fray Francisco de Osuna o de fray Diego de Estella, de la originalidad de Alonso de Madrid, que fueron...

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"La España católica no existe"; así de claro lo confesó monseñor Torrella, arzobispo de Tarragona y primado de las Españas, hace unos años.Yo, durante 20 años, en la revista Triunfo, mantuve esa tesis. España había sido católica; pero ahora ya no lo era. Sólo quedan restos de lo que fue el catolicismo de tanta categoría del valiente nihilismo de San Juan de la Cruz, del elevado humanismo de Santa Teresa, de la altura espiritual de fray Juan de los Ángeles, de la crítica eclesiástica de fray Francisco de Osuna o de fray Diego de Estella, de la originalidad de Alonso de Madrid, que fueron los grandes místicos del Siglo de Oro, tan distintos de lo que hoy piensa la gente que es un místico. Fue aquella la profunda filosofía española, según pensaba con acierto Unamuno. Y menos todavía quedan restos de la labor intelectual, que tendría actualmente profundas aplicaciones en el catolicismo español. Hoy todo ello desconocido del pueblo que ha sido bautizado, y de los dirigentes de esa minoría que sigue yendo a misa. Eran aquellos admirables pensadores de las universidades de Salamanca y Coimbra, que son apreciados en este siglo más por los de fuera, como el republicano Fernando de los Ríos, que por los de dentro.

Todavía en nuestro siglo quedaron retazos de aquel nivel religioso-intelectual en tres grandes teólogos: los dominicos Arintero y Marín-Sola, y el seglar Torrubiano Ripoll. Un valiente seglar que ha sido, con aquellos otros dos, los grandes olvidados no sólo del pueblo, sino de gran parte de la teología llamada progresista que apenas convence por su superficialidad. Y que no admite, comparación con aquellos gigantes antiguos que crearon un catolicismo hispano de categoría, que arraigó en nuestra literatura, arte y pensamiento, elevándolos a las alturas que hoy asombran.

Eran esos místicos españoles unos grandes novadores y, en buena medida -como demostró el padre Turró-, escépticos de buena ley, porque sabían nuestra limitación y no echaban las campanas al vuelo como si fuera tan fácil encontrar la verdad, de la cual ellos eran sólo modestos buscadores.

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Pero ahora hemos vivido dos lacras religiosas: la inflación religiosa del franquismo, apoyado casi unánimemente por la jerarquía católica, y el triunfalismo de querer ocultar los ojos a la realidad religiosa española actual, que tanto ha cambiado.

Las encuestas que airean los obispos en nadase parecen a la realidad, tal y como la estudian los mejores sociólogos, tan distintos entre sí como los catedráticos González Anleo y González , Blasco, o Amando de Miguel, y Díaz Salazar y Salvador Giner. Todos ellos coinciden en lo mismo: el catolicismo convencido lo sustenta sólo una minoría de españoles.

Veamos lo que se desprende de sus imparciales estudios, ya que no caen en el defecto señalado por Gunnar Myrdal de los "prejuicios" que influyen en los estudios sociológicos, como le ocurre a la jerarquía católica.

En la autocalificación. religiosa de los españoles, según González Anleo y su compañero G . Blasco, se dicen católicos el 72% entre practicantes y no practicantes, y el 26% se declaran no-creyentes (ateos, agnósticos o indiferentes).

Pero no para todo ahí. ¿Cuántos, de ese 72%, se puede decir que son católicos porque siguen los dictados doctrinales de la jerarquía? La realidad resulta que "la infalibilidad del Papa (es) el dogma en el que menos creen, aceptado sólo por el 26,9% de los católicos", señala la encuesta citada de G. Anleo y G. Blasco, publicada por la católica Fundación Santa María. Y Amando de Miguel señala también: "Ocho de cada diez personas creen en Dios; seis de cada diez en el alma; cuatro de cada. diez en la otra vida, el cielo o el pecado, y tres de cada diez en el demonio". Tomemos nota de la realidad religiosa española. Y la obra de Salvador Giner y Díaz Salazar resume: "Dicho ámbito de desafección oscila entre el 5% de los que se autodefinen como ateos y el 28% que se consideran a sí mismos como personas no religiosas".

Y, sin embargo, el 99,3% se declaran bautizados. Número tan alto que influye para producir la confusión en la que se debaten las cifras irreales que a veces se manejan.

¿Cómo quedamos entonces respecto a Europa? G. Anleo y su compañero contestan: "Según los datos publicados por Eurobarometer en diciembre de 1989, la posición de nuestro país, en el contexto religioso europeo, es algo más alta que el promedio de los 12 países de la CE, figurando sólo por debajo de Portugal, Grecia e Irlanda".

En su obra, Amando de Miguel recoge la idea de que "la secularización avanza inexorablemente".

Lo que a mí me choca es que nuestros obispos no hagan caso de este fenómeno del mundo del desarrollo, al que tantas veces ha aludido el Papa actual, Juan Pablo II. Y lo ha llamado "neopaganismo". A mí me parece que mucho de lo religioso que queda en Europa no es cristiano sino de tinte pagano. Es más un folclore paganizante en procesiones, conmemoraciones y milagrerías, que cristiano. Fenómeno "común a todas las sociedades occidentales", añade el Papa de Roma.

Esto me recuerda a la obra resumen de lo que vio con asombro Richard Wright hace ya 40 años en España y que llamó "España pagana". Una realidad que tanto denuncié en la revista Triunfo, en plena dictadura nacional-católica de Franco.

El profesor Wageman recomienda también no sólo pararse en números, sino detectar la experiencia personal que sea lo más amplia posible y hasta la observación que cualquier persona imparcial puede hacer de la vida corriente en torno suyo.

Es verdad que se detecta un cierto auge de la literatura llamada espiritual, dentro y fuera del cristianismo. Lo mismo en editoriales católicas que en algunas profanas, que han visto un buen negocio en este campo. Peto la inmensa mayoría de estas publicaciones, si las comparamos con las de las grandes figuras religiosas a las que aludí al principio de este artículo, son deleznables. Son una especie de basura espiritual engañosa, porque no tiene categoría ni profundidad.

Y otro fenómeno engañoso es también el incremento de grupos, conferencias y publicaciones esotéricos, sectarios, seudomágicos y supersticiosos para engañar a los inocentes que buscan algo que no encontraron en el legalismo, autoritarismo y exteriorismo coaccionante del nacional-catolicismo, que fue quien nos dominó en años anteriores en la educación, en las familias o en los medios de comunicación social que bombardeaban nuestros oídos y nuestros ojos con su presión religiosa.

No es pues extraño este fenómeno de secularización, de crítica y de abandono religioso creciente entre nosotros. Ante tanta obsesión bueno resulta algo de sano ateísmo en los creyentes que quedan. Yo, al menos, eso es lo que pienso como creyente que no quiere comulgar con ruedas de molino.

Enrique Miret Magdalena es teólogo seglar.

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