Tribuna:

Actitudes y expectativas

Con autoridad fundada se nos tiene advertidos desde hace tiempo sobre algo que a cada paso confirma la experiencia: las actitudes sociales hacia una persona o hacia un fenómeno determinado se configuran en relación con las expectativas que esa persona o ese fenómeno suscitan. Ser objeto de la atención pública, de la mirada colectiva, modifica al receptor haciéndole entrar en interacción. Ejemplos muy, recientes permiten examinar qué queda de ciertos personajes sin peso específico propio una vez apagados los focos que de modo permanente les iluminaban. Pero el asunto viene de muy atrás. Cuando ...

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Con autoridad fundada se nos tiene advertidos desde hace tiempo sobre algo que a cada paso confirma la experiencia: las actitudes sociales hacia una persona o hacia un fenómeno determinado se configuran en relación con las expectativas que esa persona o ese fenómeno suscitan. Ser objeto de la atención pública, de la mirada colectiva, modifica al receptor haciéndole entrar en interacción. Ejemplos muy, recientes permiten examinar qué queda de ciertos personajes sin peso específico propio una vez apagados los focos que de modo permanente les iluminaban. Pero el asunto viene de muy atrás. Cuando Rafael Sánchez Ferlosio se adentra en la descripción de la batalla de Salamina, donde nos la jugamos a la altura del año 450 a.C., señala cómo fue el canto de los griegos el que les infundió ánimos contagiosos y así se produjo la inversión de las expectativas que les arrastró a la victoria sobre la escuadra persa. Una escuadra a las órdenes del propio Jerjes que sumaba 800 naves de -aplastante superioridad frente a los 378 trirremes griegos desplegados por Temístócles, a quien nunca pagaremos la deuda por haber salvado nuestra civilización.Ermua significa también la inversión de las expectativas, que ha sido saludada y refrendada en las calles vascongadas y de toda España por millones de personas. Quien pretenda desconocer o tergiversar esa reacción multitudinaria pero impecable se estrellará en la prueba de las urnas. Es por tanto el momento en que a los pactos de Ajuria Enea, Pamplona y Madrid les corresponde establecer y graduar las consecuencias después de un inexcusable ejercicio autocrítico al que están emplazadas todas las fuerzas políticas que los suscriben. Porque en nuestro país pasan los días, continúa la inundación informativa y, al mismo tiempo, se agrava la carencia de agua potable, de información inteligible. El Gobierno vasco y el Gobierno de España, los partidos políticos de mayor o menor radio de acción y los medios de comunicación de alcance regional o nacional parecen conmocionados por la marea ciudadana. Una marea que no cedió a la degradación de. la masa, evitó incurrir en la irresponsabilidad del anonimato y preservó la plena responsabilidad. Una marea donde se agregaron millones de personas sin causar deterioro a los más delicados parterres, porque no valia todo.

Pero ahora es preciso superar el vértigo y recuperar el sentido de la orientación. Sólo así se advertirán también algunos despropósitos en el campo de los medios de comunicación, como el del bloqueo informativo hacia HB suscrito por varias cadenas televisivas, cuya aplicación resultará tan primaria e inadecuada que tendrá escasa duración. Conviene recordar que aquí durante más de 20 años, han fracasado todos los intentos para convenir un decálogo informativo frente al terrorismo que evitara hacer el juego a los asesinos empeñados en la propaganda por la acción. Ni siquiera en los momentos de mayor desafío a la democracia por parte de los terroristas, cuando sus acciones impulsaban directamente las reacciones golpistas, fue posible concertar una actitud periodística razonable. Además, discuten los autores sobre la validez de esos conciertos destinados a restar relevancia a los atentados porque a veces pueden convertirse en estímulos para incrementar la dimensión de la barbarie. Más que una tabla normativa, lo que debería respetarse es un principio flexible, que llevaría en cada caso a informar del terrorismo y de los terroristas de la manera en que mejor defendidas quedaran las libertades públicas y mejor asegurados fueran los derechos individuales, empezando por el más básico de todos, el derecho a la vida. En esa frontera es donde debería detenerse la legítima e implacable competencia entre los medios y olvidarse los antagonismos entre los periodistas.

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