Tribuna:

El jugador

Mal empezamos la labor asumida por Felipe González a partir de su dimisión, especialmente por lo que toca a la recuperación de la memoria histórica. Cuando en la entrevista del martes en Antena 3 Fernando Ónega le aguijoneó, evocando el papel que corresponde a la justicia, el ex presidente nos contó a todos una historia ejemplar sobre la muerte en 1831 del héroe liberal Torrijos, al parecer por un error de la justicia. ¿Podría sucederle a él algo parecido, ser inocente, y a pesar de ello condenado?, era la pregunta sugerida subliminalmente a los telespectadores. Sólo que el cuento de González ...

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Mal empezamos la labor asumida por Felipe González a partir de su dimisión, especialmente por lo que toca a la recuperación de la memoria histórica. Cuando en la entrevista del martes en Antena 3 Fernando Ónega le aguijoneó, evocando el papel que corresponde a la justicia, el ex presidente nos contó a todos una historia ejemplar sobre la muerte en 1831 del héroe liberal Torrijos, al parecer por un error de la justicia. ¿Podría sucederle a él algo parecido, ser inocente, y a pesar de ello condenado?, era la pregunta sugerida subliminalmente a los telespectadores. Sólo que el cuento de González era falso. Habrá leído con fruición la Historia de los griegos de Indro Montanelli, pero desde luego no Liberales y románticos de Vicente Lloréns. Al pobre Torrijos no le juzgó nadie. Le ejecutaron con sus 52 compañeros por orden superior. Igual que les ocurrió siglo y medio más tarde a las víctimas del GAL, una guerra sucia cuya responsabilidad rechazó tajantemente González en la entrevista, pero, como siempre, sin apuntar de dónde pudo salir la orden de las ejecuciones. Esto fue en el caso de Torrijos y sigue siendo ahora lo esencial, aunque se admita la entrada en juego de la conspiración para descabalgar a González costase lo que costase del poder.Ha sido el único lapsus en un proceso de dimisión en que la calidad de comunicador de Felipe González ha brillado como en los mejores momentos, revelando incluso una dimensión humana habitualmente borrada en sus actuaciones. Pocos dudan de que el cansancio de una vida política extremadamente dura y una perspectiva ingrata como cabeza de oposición de escaso atractivo intervinieron para determinar la sorpresa. Además, González, como buen jugador de billar, supo ejecutar con extraordinaria rapidez de reflejos la tacada victoriosa en un difícil juego a tres bandas. Sólo la subordinación forzada de los poderes territoriales del partido, ejercido por los barones, quedó sin consumar. La eliminación de Alfonso Guerra, oponente burlado tras aparecer inicialmente como el protagonista del congreso, y la recuperación de la propia libertad, sin por ello perder una conexión estrecha con el vértice del partido, fueron dos éxitos cuya consecución en un plazo tan breve resulta verdaderamente pasmosa.

Queda en la sombra el significado de esa fundación desde cuya presidencia dicen que va a promover los análisis del socialismo democrático, vinculándolos a la construcción europea. Felipe González nunca ha tenido vocación de teórico. El XXXIV Congreso ha confirmado una vez más que no es ése su campo de maniobra, y por otra parte, si atendemos a sus declaraciones publicadas en Le Monde, mal encaja su preocupación socialdemócrata con la declaración de que Europa no es de derechas ni de izquierdas, y que él se lleva muy bien con Kohl. El laboratorio político del PSOE existe ya, con un sesgo bien pragmático, y tiene poco que ver con la Fundación Pablo Iglesias. Así que cabe ver el proyecto como un estanque dorado desde el cual mantenga el prestigio y conserve toda su capacidad de juego, incluso para retirarse definitivamente si está de acuerdo con la labor que a partir de ahora desarrollarán sus delfines. A fin de cuentas, GonzáIez es un jugador, y otro jugador, Den Xiao Ping, dirigió un país como China desde la presidencia de la federación de bridge.

De momento, y tras la conmoción, pareció imponerse el lema gattopardiano de que todo cambie para que todo siga igual. Por mucho que se empeñen los partidarios de la interpretación, no ha habido relevo generacional y el grupo dirigente sigue rondando los 50. Es aún la generación del 77, forjada, en el 68. La lealtad a Felipe queda garantizada por hombres como Almunia y Pérez Rubalcaba, que se sitúan en primer plano, mientras Borrell queda como gran esperanza blanca de una ruptura efectiva. Eso no excluye, sin embargo, la apertura de una nueva dinámica política, superadora del ensimismamiento y del personalismo, abierta a una redifinición de la izquierda. No muy imaginativo, pero prudente, unitario y firme en sus ideas, Almunia puede ser el ho mbre que abra una perspectiva que el liderazgo carismático de su mentor tenía bloqueada.

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