Tribuna:

Los disparates de la OTAN

A fin de entender la necedad de las maniobras actuales para ampliar la OTAN en Europa central -oriental es necesario recordar el objetivo histórico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, tal como se estableció en 1949. En esa época, la Unión Soviética contaba con el Ejército de Tierra más grande y poderoso del mundo, mientras que Estados Unidos había desmovilizado rápidamente a su propio Ejército. En Europa oriental, Stalin había purgado a todos los Gobiernos de la posguerra de sus miembros no comunistas. También había rechazado la oferta americana de ayuda económica para su recon...

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A fin de entender la necedad de las maniobras actuales para ampliar la OTAN en Europa central -oriental es necesario recordar el objetivo histórico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, tal como se estableció en 1949. En esa época, la Unión Soviética contaba con el Ejército de Tierra más grande y poderoso del mundo, mientras que Estados Unidos había desmovilizado rápidamente a su propio Ejército. En Europa oriental, Stalin había purgado a todos los Gobiernos de la posguerra de sus miembros no comunistas. También había rechazado la oferta americana de ayuda económica para su reconstrucción (el Plan Marshall) y había obligado a los Gobiernos checoslovaco y polaco a hacer lo mismo. En estas circunstancias, el objetivo de la nueva alianza era defender a la Europa situada al oeste del Telón de Acero de la posible agresión de un dictador que ya había roto el acuerdo de Yalta de aceptar Gobiernos elegidos democráticamente en los países colindantes con la Unión Soviética.De 1949 a 1991, la OTAN cumplió ese objetivo muy bien. En diversas ocasiones demostró su naturaleza básicamente defensiva. Por tanto, no hizo ningún movimiento para intervenir en la Europa bajo dominación soviética en momentos tales como la revuelta de 1953 en Alemania Oriental, la revolución húngara de 1956 y la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Creó una nueva tradición de cooperación entre los aliados en tiempos de paz en cuestiones de formación técnica, maniobras conjuntas y el mando conjunto de sectores. Aunque hubo momentos peligrosos de chantaje nuclear entre los dos gigantes, Estados Unidos y la Unión Soviética, la OTAN actuó como un contrapeso creíble del inmenso Ejército de Tierra soviético y de sus fuerzas de misiles nucleares, cada vez más sofisticadas. A falta de una paz real consiguió que ningún Gobierno soviético se viera tentado a pensar que Occidente estaba demasiado dividido para defenderse en la pequeña punta occidental de la masa continental euroasiática.

Entonces llegó, en 1989-1991, la disolución punto menos que milagrosa del imperio soviético. Sin amenazas de guerra, prácticamente sin violencia de ningún tipo, los soviéticos terminaron las cuatro décadas de ocupación de Europa oriental y desmantelaron el Pacto de Varsovia, que había sido su respuesta a la OTAN. Las repúblicas constituyentes de la propia URSS renunciaron al comunismo e intentaron, como Estados independientes, avanzar hacia la economía de mercado y las formas políticas democráticas.

Bajo estas nuevas circunstancias, ¿qué iba a ser de la OTAN? La amenaza militar rusa se había evaporado, pero la división de Yugoslavia parecía justificar, incluso exigir, una actuación diplomática occidental unida, e incluso militar de ser necesario, contra las agresiones de Serbia y Croacia entre sí y contra Bosnia. La combinación de la política nacionalista balcánica y la desaparición del comunismo soviético parecieron devolver a Europa repentinamente a las pautas diplomáticas anteriores a 1914, con Rusia y Francia a favor de Serbia y Alemania a favor de Eslovenia y Croacia. Sin entrar en detalles sobre el desastre de la parálisis occidental en la guerra bosnia, baste con señalar que en la primera crisis europea tras la defunción de la URSS resultó imposible que la Europa democrática, y, por tanto, la OTAN, formulara una política unida.

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La mayor preocupación de la OTAN han sido siempre las relaciones militares entre la Europa democrática-capitalista y la recientemente fallecida URSS. Después de 1991 quedó claro que el antiguo imperio soviético era una ruina económico-ecológica y que el fracaso total del comunismo había conducido a la expresión apasionada y abierta de sentimientos nacionalistas y religiosos que, en su mayoría, habían sido reprimidos desde 1917 en la URSS y desde 1945 en la Europa central- oriental.

En estas circunstancias, los líderes occidentales tuvieron la sensata idea de formar una "asociación para la paz". Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Bulgaria, Rumania, Hungría, Eslovaquia, la República Checa, Polonia y las restauradas repúblicas bálticas precisan ayuda para establecer economías de mercado, limpiar la contaminación químico -nuclear, reconstruir infraestructuras y sistemas escolares, mejorar los sistemas policiales y judiciales y reducir los prejuicios nacionalistas, que son aún más fieros e irracionales que los que están entorpeciendo la unificación de Europa occidental y del sur.Una asociación para la paz requiere grandes cantidades de capital y el tipo de espíritu que animó tanto al Plan Marshall como al Cuerpo de Paz. Es cierto que los Gobiernos occidentales y las clases capitalistas de 1948 estaban mucho mejor preparados para hacer un uso constructivo del capital de inversión de lo que lo están la mayoría de los Gobiernos posteriores a 1991 en el antiguo imperio soviético. La URSS no consiguió crear el nuevo hombre soviético, pero sí consiguió borrar las clases medias urbanas, cuyas funciones tradicionales precomunistas les hubieran preparado para tomar la iniciativa en la construcción de una economía de mercado moderna.

Pero si Occidente todavía quisiera concentrarse en temas políticos y económicos, en lugar de en planes militares, tiene ciertamente la capacidad necesaria para ayudar al antiguo imperio soviético a transformarse. Tenemos el capital, la tecnología y un excedente de economistas bien formados, jóvenes científicos naturales y sociales, que estarían entusiasmados de servir en una especie de cuerpo de paz en Europa central y oriental y en Rusia.

Pero aunque Europa celebra el triunfo de la democracia política sobre el comunismo, teme abrir sus mercados a sus vecinos orientales. Con el elevado desempleo interno y las grandes incertidumbres sobre la inminente creación de la moneda única europea, Europa piensa instintivamente en los países orientales más como competidores comerciales que como socios.

Vean los disparates de la OTAN. A fin de evitar admitir a los países orientales en la UE, Occidente ha decidido ofrecerles ingresar en la OTAN. La inercia favorece esta solución. La OTAN existe. Puede tener problemas para sobrevivir sin un enemigo, pero sigue teniendo grandes virtudes como una alianza defensiva integrada de los Gobiernos democráticos estables. Desgraciadamente, ningún estadista parece darse cuenta de que al ampliarla hacia el Este se está creando un problema donde antes no lo había. Lo verdaderamente necesario, en términos militares, es ayudar a Rusia a desmantelar sus viejas y pobremente guardadas reservas nucleares y ayudar a su economía de forma que sus científicos, ingenieros y soldados no retribuidos tengan un empleo civil remunerado.

En cambio, estamos reviviendo los viejos temores rusos de verse rodeados. Estamos creando rivalidades entre los países orientales en cuanto al orden de admisión. Polonia, la República Checa y Hungría serán los primeros "promocionados". Eslovaquia, Rumania y Bulgaria estarán con caras largas hasta que les den fecha de admisión. Lituania, Letonia y Estonia se deprimirán ante el hecho cierto de que Occidente ni siquiera simulará que va a incluirlas. Estamos volviendo a crear condiciones paranoicas al transformar una alianza defensiva en una nueva línea divisoria movible dentro de Europa. Estamos posponiendo indefinidamente la integración económica civil de los antiguos satélites soviéticos y estamos intentando mantener la cara seria mientras les decimos a los rusos que nada de esto quiere decir que desconfiemos de ellos.

Gabriel Jackson es historiador.

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