Cartas al director

China y los presos políticos tibetanos

La muerte reciente de Deng Xiaoping ha sido ocasión para que los medios de comunicación abrieran sus páginas a la realidad del país más poblado del planeta. Los analistas describen un paisaje de claroscuros en el que el desarrollo económico y las necesarias mejoras en las condiciones de vida de los ciudadanos contrastan con las continuas violaciones de los derechos humanos. Con alguna insistencia, responsables políticos han justifica do tal desajuste desde unos su puestos "valores asiáticos" que permitirían el sacrificio de ciertos derechos básicos en aras de los índices macroeconómicos.Tal en...

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La muerte reciente de Deng Xiaoping ha sido ocasión para que los medios de comunicación abrieran sus páginas a la realidad del país más poblado del planeta. Los analistas describen un paisaje de claroscuros en el que el desarrollo económico y las necesarias mejoras en las condiciones de vida de los ciudadanos contrastan con las continuas violaciones de los derechos humanos. Con alguna insistencia, responsables políticos han justifica do tal desajuste desde unos su puestos "valores asiáticos" que permitirían el sacrificio de ciertos derechos básicos en aras de los índices macroeconómicos.Tal enfoque tiene implicaciones nada desdeñables. Según informes de organizaciones humanitarias, en 1995 había unos 650 presos políticos en Tíbet, la mayoría presos de conciencia (personas que no han practica do ni preconizado la violencia). Entre ellos figuran el monje Ngawang Phulchung, condenado en abril de 1989 a 19 años de cárcel y nueve de privación de derechos políticos, y la monja Phuntsog Nyidron, condenada a nueve años y luego a otros ocho. Organizaciones de derechos humanos venimos reclamando insistentemente su liberación, dado que las actividades por las que han sido condenados corresponden al ejercicio de derechos fundamentales reconocidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Contra lo que a veces aducen las autoridades chinas, estamos convencidos de que la protección de los derechos humanos no sólo no empece, sino que contribuye al logro de los demás aspectos relacionados con la calidad de vida. Contra la actitud de muchos gobernantes de Occidente -invitados a cerrar los ojos a estos asuntos para no ver mermadas sus expectativas comerciales- es también oportuno recordar las palabras de un reciente editorial de Le Monde (21 de febrero pasado): "El 'compromiso constructivo' respecto a Pekín no puede convertirse en una renuncia a la defensa de ciertos principios, empezando por el respeto a las libertades públicas". Esperamos que, para el bienestar colectivo de ese país, tanto las autoridades de la República Popular China como los dirigentes internacionales no pierdan de vista que los derechos humanos de ninguna manera pueden convertirse en moneda de cambio.- .

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