Reportaje:PLAZA MENOR - VICÁLVARO

Más pueblo que barrio

Una bandada de cigüeñas volando alto puntúa el cielo de Vicálvaro en cambiante y caprichosa formación. "Ésas van a merendar al vertedero de Valdemingómez", señala Valentín González Gálvez, Valentín ejerce de policía municipal hasta las tres de la tarde y de historiador local el resto de su jornada. Estamos junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua, un templo de recia construcción presidido por una esbelta torre herreriana de cinco cuerpos y rodeado por una barbacana rematada por macizas esferas de piedra, de las que Gómez de la Serna llamaba "bolas molondrónicas". En el exhaustivo lib...

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Una bandada de cigüeñas volando alto puntúa el cielo de Vicálvaro en cambiante y caprichosa formación. "Ésas van a merendar al vertedero de Valdemingómez", señala Valentín González Gálvez, Valentín ejerce de policía municipal hasta las tres de la tarde y de historiador local el resto de su jornada. Estamos junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua, un templo de recia construcción presidido por una esbelta torre herreriana de cinco cuerpos y rodeado por una barbacana rematada por macizas esferas de piedra, de las que Gómez de la Serna llamaba "bolas molondrónicas". En el exhaustivo libro Historiá de Vicálvaro se cuenta que para la construcción, reconstrucción, de la iglesia, reinando Felipe II, se utilizaron, por prescripción real, ladrillos de la ribera del Jarama piedra berroqueña de las canteras de Cerceda, tejas del retejo de Mejorada y madera de las sierras de Cuenca o de Valdemaqueda. Excelentes materiales que han hecho de Nuestra Señora de la Antigua uno de los escasos edificios notables que se conservan en el maltratado y mínimo casco del pueblo, pues pueblo fije hasta bien entrado este siglo cuando lo absorbió la omnívora capital que enlaza con Vicálvaro a través del cementerio del Este o de la Almudena.Por encima de la piedra berroqueña, restauradores sin arte y sin escrúpulos se dediciaron a poner cemento, y a Valentín y sus colaboradores de la Asociación de Investigación Histórica Vicus Alvus les ha costado años devolverle su estado primitivo. Desde luego, cemento sobraba en los alrededores de Vicálvaro, cuya principal industria desde 1925 ha sido la fábrica de Portland-Valderrivas. El aprovechamiento de las rocas calcáreas sobre las que se asienta en gran, parte el término dio origen a la fábrica; los yesos del suelo de la zona pudieron haber influido también en su toponimia, que, como en tantas ocasiones, enfrenta a los cronistas. El vicus romano, que degeneró en vico, significa barrio, hacienda o aldea, eso está claro, como también parece estarlo lo de Álvaro. Vicálvaro podría ser Hacienda de Álvaro, o de Álvar, pero también podría venir de Vicus Albus, aldea o barrio blanco, por los mencionados yacimientos de yeso. Hoy lo que se extrae con más ahínco es, sin. embargo, la sepiolita, una arcilla blanca y porosa que se utiliza como material aislante.

El libro Historia de Vicálvaro es un ejemplo de crónica minuciosa, sabiamente documentada e ilustrada, escrita con amor pero sin perder de vista la objetividad, editada por la Junta Municipal en. 1987, prologada por el entonces primer edil Agustín Rodríguez Sahagún y recopilada y redactada por Valentín González Gálvez, Concepción Murillo Ballesteros, Lourdes Sánchez Domínguez, y Luis Bartolome Marcos. El nombre de Vicálvaro aparece en la historia general de España asociado a la Vicalvarada, el pronunciamiento militar de O'Donnell contra el Gobierno de Isabel II que fue coronado por el éxito, más personal que liberal, del general "espadón" y hábil político que dirigió las operaciones desde el cuartel de Vicálvaro. Con la Vicalvarada, el pueblo entra. también en- la literatura de mano de don Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios nacionales.

Vicálvaro aparece asociado también a las guerras carlistas y a la última contienda civil, lo que remarca su condición de punto estratégico para la toma de la capital. Hasta aquí llegaron en 1837 las tropas del pretendiente don Carlos. En Vicálvaro estuvieron las Brigadas Internacionales y en su suelo se estrelló el único oficial de la Legión Cóndor que murió en acción de guerra. Sufridores de todas las contiendas civiles y militares, los vecinos de Vicálvaro no se dejaron amilanar ante los abusos. Los ejemplos abundan en el libro. Cuando Felipe IV quiso vender el pueblo a un almirante retirado ' don Francisco Díaz Pimienta, los vecinos de Vicálvaro se opusieron. respetuosa y firmemente con la fórmula "Obedecemos pero no cumplimos". Apoyados por el concejo de Madrid, esta vez se salieron con la suya. Nada se sabe, sin embargo, de qué ocurrió con las reclamaciones presentadas en 1854 por el vecino Andrés Manresa, al que la Vicalvarada arruinó unos melonares que tenía.

No quedan melonares ni cuarteles en el Vicálvaro de hoy. Los antiguos cuarteles se han convertido en el centro universitario Ramón Carande, y en las huertas, los trigales y los melonares crecieron y crecieron edificios que albergan a los más de 40.000 vecinos del pueblo-barrio, a los que pronto habrá que sumar los 20.000 de Valdebernardo y los que vengan a poblar los terrenos recalificados de la fábrica de cemento, que no abandonará la zona. Junto al centro universitario se construye el metro, imprescindible porque los vicalvareños que durante siglos abastecieron a la capital de pan y de carros de mulas para la limpieza, hoy tienen que ir a busIcar pan y trabajo a la urbe glotona que se los tragó.

Valentín González Gálvez y los 200 socios de Vicus Alvus guardan en una caseta municipal los pequeños tesoros que forman la base del museo que reivindican ante las autoridades. La Junta Municipal otorga a la asociación una subvención anual de 200.000 pesetas, que no da, desde luego, para museos y que apenas alcanza a sufragar una mínima parte de los trabajos de investigación y divulgación histórica de Vicus Alvus. En cientos de cartapacios numerados y clasificados los socios conservan la memoria de su tierra. En el atiborrado almacén se encuentra, por ejemplo, la barandilla de hierro . de la antigua casa consistorial, un clásico caserón manchego demolido para sustituirlo por un impersonal edificio de ladrillo sin gloria ni mérito.

En la pequeña plaza, desde la que se vislumbra la iglesia, se alza el doméstico monumento al doctor Antonio de Andrés, que atendió sacrificadamente a los pacientes de una epidemia de difteria en 1912 en la que murieron más de treinta niños. En el bronce, obra del vicalvareño Laiz Campos, el doctor De Andrés, con su maletín en la mano, parece a punto de salir a pasar consulta. En el monumento no cabe la bicicleta, que fue una herramienta imprescindible en su abnegado trabajo, pero sí cabe el respeto y el cariño de los vecinos que elevaron por pública suscripción este homenaje. En esta y otras muchas iniciativas, como la realización de un nuevo retablo para la iglesia que sustituya al- que fue quemado en 1936, se hace notar que Vicálvaro es más pueblo que barrio, digan lo que digan los papeles. El pueblo de los "ahumaos", mote que a los vicalvareños les quedó de una antigua pugna con sus vecinos de Vallecas por la posesión de una Virgen, que hoy se reparten fraternalmente.

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