Tribuna:

Un barman

Unos cuantos supervivientes agasajamos en el Nuevo Club al quizás último gran barman español, por segunda vez jubilado, sin que, como la venida de la primavera, sepamos cómo y por qué ha sido. Cronológica y laboralmente, Ángel Jiménez pasó a la reserva activa, hace cuatro o cinco años, pero le retuvo un amor al oficio que convirtió en profesión liberal, sin otra frontera que la resistencia física y ese otro imponderable, de origen y entidad desconocidos.Este hombre ha publicado un libro donde relata las experiencias desde el parapeto de un bar, que primero fue el del hotel Palace y en los últi...

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Unos cuantos supervivientes agasajamos en el Nuevo Club al quizás último gran barman español, por segunda vez jubilado, sin que, como la venida de la primavera, sepamos cómo y por qué ha sido. Cronológica y laboralmente, Ángel Jiménez pasó a la reserva activa, hace cuatro o cinco años, pero le retuvo un amor al oficio que convirtió en profesión liberal, sin otra frontera que la resistencia física y ese otro imponderable, de origen y entidad desconocidos.Este hombre ha publicado un libro donde relata las experiencias desde el parapeto de un bar, que primero fue el del hotel Palace y en los últimos cuarenta años otro, en el primer tramo de la calle de Hermosilla. Visión parcial, pero significativa, leal e inteligentemente escrita- de un retazo de la historia de España (¿o no es el conjunto de todo?), día a día destilado en la deliberada penumbra de ese local. Duques, banqueros, militares, escritores, diplomáticos, ganaderos, médicos, agricultores y, sobre todo, gente de aguante ante la copa, han desfilado bajo la atenta,observadora y benevolente mirada de este hombre que, a cambio de unas monedas dejadas sobre el mostrador, mezclaba con talento néctares de primera calidad y regalaba comprensión, paciencia y el parecer pedido, restaurador en ocasiones del ánimo conturbado,

Ángel Jiménez estuvo en la plantilla fundadora de Balmoral (MCMLV). Desde hace poco le echamos de menos, quienes hasta los taburetes arrastramos, de vez en cuando, la vieja osamenta. Por eso le festejamos por todo lo alto. Si la patulea de historiadores que se han encarnizado con lo que va de siglo tuvieran sólo una parte de su decencia y honestidad descriptiva, quizá pudiera entenderse algo de este periodo, tan embrollado y confundido por tanto relator ignorante o deshonesto. Por ahora siguen en pie las paredes, que resisten por la robusta inercia de los continuadores en el menester, que entraron como botones, ascendiendo por méritos hasta empuñar, con autoridad, la coctelera: Manolo, Agustín, Carlos, ¿uriosa profesión que, como la de los emperadores romanos y muchas estrellas rutilantes del fútbol, acredita el nombre de pila.

Apenas quedan bares en el estrecho mundo. Los que fueron brillantes templos de la coctelería cayeron abrumados por el amarillo jaramago de la Janta limón. Los Harry's Bar de Nueva York, París y Venecia, apenas recuerdos son de sus laureles; el Floridita y la Bodeguita del Medio, en nómina ministerial, uno feudo del gringo Hemingway y el otro del poeta Nicolás Guillén, el mulato sabrosón. Volviendo a estos lares, el Capri, de Valencia; los Marfil y Boadas, en Barcelona; bar Bosque y Gaviria, en San Sebastián, todos, Fabio, ay dolor, sombras marchitas. Los que convidamos al barman somos antiguos clientes, el que menos jubilado también, con lo que se trata de un jubileo de gaznates nostálgicos, endeudados por la gentileza de un profesional de primera fila, este almeriense que llegó mozo a Madrid, traído por la guerra civil. Más que bachiller es doctor en las humanidades y flaquezas que se confiesan con el último trago, amén. de propinar un profuso y entretenido anecdotario (Del Palace a Balmoral. Memorias de un barman, editado por Varma, SA).que dicta en la prolija lección de las mejores mixturas alcohólicas y no alcohólicas. Añoranzas del daiquiri, los Alexandre, John Collins, el Porto Flip y el Americano, el Manhattan, el ginfizz, la piña colada y el Kir Royal, una de las escasas aportaciones francesas al mundo del bar, reyes del vino son y del champaña. Añadan el clásico Dry Martini o el carioca y espumeante caipirinha.-

Entre la vetusta clientela va tomando adeptos una combinación que se disfraza con el ropaje de la vieja gloria, cuando en realidad es un reconstituyente, que tiene el descaro de despacharse sin receta: el bull shot, del cual aprovisiona un par de raciones el marqués de Rozalejo, hombre templado y de clarividente dipsoeconomía, para pasar el domingo, jornada inhábil en nuestro refugio. Por fin, manteles por medio, charlamos con este singular amigo, al que todos, en secreto, envidiamos.

Es el mundo que hemos perdido, en la última vuelta del camino.

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