Tribuna:

Mano dura

El mendigo de mi esquina está feliz desde que sabe que el fútbol es un derecho fundamental; siempre soñó en su cama de cartones al aire libre con una sociedad igualitaria. Los responsables de La Farola, que es el Financial Times de la pobreza, dedicarán, sin duda, un monográfico a esta nueva conquista de las clases desfavorecidas. Aunque lo que los mendigos necesitan es techo y trabajo, nadie ignora que para alcanzar ese horizonte de bienestar hay que ir poco a poco. Empecemos, pues, por lo posible, el fútbol, sin el que nadie en su sano juicio podría sobrevivir, y evolucionemos ...

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El mendigo de mi esquina está feliz desde que sabe que el fútbol es un derecho fundamental; siempre soñó en su cama de cartones al aire libre con una sociedad igualitaria. Los responsables de La Farola, que es el Financial Times de la pobreza, dedicarán, sin duda, un monográfico a esta nueva conquista de las clases desfavorecidas. Aunque lo que los mendigos necesitan es techo y trabajo, nadie ignora que para alcanzar ese horizonte de bienestar hay que ir poco a poco. Empecemos, pues, por lo posible, el fútbol, sin el que nadie en su sano juicio podría sobrevivir, y evolucionemos desde esos sólidos cimientos morales hacia un futuro en el que quizá el acceso al trabajo y a la casa lleguen a considerarse también derechos fundamentales para el ser humano.Yo deseo que cuando ese día llegue, todavía esté de vicepresidente Alvarez Cascos. Observando la vehemencia rabiosa o hidrofóbica con la que defiende frente al capital nuestro derecho a ser narcotizados, puede uno imaginarse la ira con la que exigirá a los poderes económicos un trabajo y una vivienda digna para nuestros hijos. A este partido no le detiene nadie cuando lucha por una causa justa. Lo cómodo habría sido pactar con la realidad, como con Pujol, pero el Gobierno ha establecido una jerarquía de valores, unas prioridades que diría el otro, y ha comprendido que para construir una sociedad igualitaria hay que empezar por el derecho al fútbol, aunque sea preciso privatizar la sanidad o la enseñanza.

No me gustaría parecer radical, pero yo, en el caso de Aznar, iría todavía más lejos: obligaría por decreto a todos y cada uno de sus súbditos a ver un número equis de partidos por temporada. Sería horrible que él y su jauría se dejaran la piel en este asunto y que luego, el domingo, cambiáramos alegremente de canal. Mano dura.

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