La Cabalgata más blanca

500.000 madrileños desafían el frío y la nieve para ver a sus majestades de Oriente

Medio millar de personas fuentes policiales- desafió ayer el temporal de frío y nieve -que se prolongó a lo largo de toda la jornada sobre la capital- para ver la Gran Cabalgata de Los Reyes Magos. Miles de niños aplaudieron a la comitiva real, que fue recibida en la plaza Mayor, pasadas las siete de la tarde, por el alcalde de Madrid. Los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar, pobres animales, anduvieron ayer la mar de aturdidos por el frío y la nieve durante su majestuoso recorrido por las calles de la capital. Pese a las inclemencias, los Reyes Magos y sus intrépidos rumiantes lograron cum...

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Medio millar de personas fuentes policiales- desafió ayer el temporal de frío y nieve -que se prolongó a lo largo de toda la jornada sobre la capital- para ver la Gran Cabalgata de Los Reyes Magos. Miles de niños aplaudieron a la comitiva real, que fue recibida en la plaza Mayor, pasadas las siete de la tarde, por el alcalde de Madrid. Los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar, pobres animales, anduvieron ayer la mar de aturdidos por el frío y la nieve durante su majestuoso recorrido por las calles de la capital. Pese a las inclemencias, los Reyes Magos y sus intrépidos rumiantes lograron cumplir con la tradición y se planta ron a media tarde, nadie sabe cómo, en el centro de la ciudad para iniciar su mágico recorrido de ilusión y regalos. La pertinaz nevisca retrajo algo a los madrileños a la hora de lanzarse a la calle a saludar a sus majestades, aunque no en exceso. Los niños se ataviaron bien: gorros, orejeras, manoplas, plumas, chubasqueros, bufandas enrolladas por la cabeza y demás adminículos cuasi polares. "Yo no tengo frío, no hace", objetaba Julián, a sus cinco años, con los ojos muy abiertos para no perder detalle de cuanto sucedía delante de sus narices. Su rey favorito, Melchor, le proporcionó el gran disgusto de la tarde: no se levantó del trono cuando pasaba a su altura y apenas pudo verle algo más que las puntitas de la corona.La música. Se oyó más bien poca, porque a cero grados las puntas de los dedos se quedan amoratadas y no hay manera humana de afinar. Enmudecieron las cornetas de la Benemérita, las trompetas de los municipales y las bandurrias de la Tuna de Arquitectura (lo intentaron con guantes, pero desistieron). Pese a todo, los de la capa y las polainas salieron del paso con interpretaciones a capella y algún panderetazo. "Son muy simpáticos", sentenció Claudia, de siete años, que los había escrutado con mirada crítica. "De mayor yo también quiero ser tuna". Pero algo no le cuadraba. "Mamá, ¿por qué no hay chicas?", preguntó, desconcertada. Ya en la plaza Mayor, los chavales tuvieron oportunidad de sacudirse el frío al ritmo de Teresa Rabal o Bom Bom Chip. Allí fue donde a Rocío (de ocho años) se le oyó exclamar: "¡Leticia Sabater canta fatal!".

Los caramelos. Imprescindibles en "toda cabalgata, originan disputas virulentas y terminan siendo muy peligrosos: algunos integrantes del séquito de Oriente tiran a dar, y a veces dan. Nada que no tenga remedio. Antonio, de 21 años, advirtió con deje malévolo: "Las carrozas del Ayuntamiento son las que menos tiran". En la de El antiguo Egipto, por ejemplo (también municipal), lanzaban globos en lugar dé golosinas, y, claro, ni uno solo encontraba destinatario. Otros, como un determinado operador de telefonía móvil, optaron por repartir entre la concurrencia un gallo guasón.

> Los juguetones. En la noche de Reyes hay juguetes y juguetones, que n ' o siempre coinciden con los destinatarios de los primeros. La palma se la llevaron, sin duda, los chicos del Samur, que aprovecharon la coyuntura para encender todas sus luces de colores, darle a la sirena y cantar a voz en grito por el megáfono sin que ningún jefe les regañara. Un gustazo, a buen seguro. También se lo pasaron bien los bomberos y, muy especialmente, la privilegiada gente menuda que se encaramó con ellos a las escalas. A Jorge, de ocho años, se le escapó la confesión.: "Jo, qué envidia".

La tele. Un espectáculo consustancial a la cabalgata. Aparece cualquier reportero haciendo una conexión en directo y el respetable enloquece. Y si ese reportero se llama Jaime Bores, el rubito del tiempo de Telemadrid, el fenómeno ya entronca con el de los Take That (o sucesores) saludando en plena Gran Vía.

Los foráneos. También había entre el público algún extranjero de vacaciones en Madrid, caso de Huber, un fornido austríaco que sostenía en brazos al pequeño Roland (18 meses), los ojillos somnolientos y la mano firmemente aferrada al biberón. Huber se mostraba encantado con la nieve y sorprendido con esto de los Reyes, porque por su país sólo hace acto de presencia Papá Noel.

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