Tribuna:

Ciudadanos perplejos

Estos señores que instruyen los procesos contra delitos cuya infamia, como explica uno de ellos, sólo la mente humana puede concebir ¿qué son? ¿Son de verdad jueces o son más bien fiscales doblados de terapeutas sociales? Y, sean lo que fueren, ¿qué se proponen? ¿Perseguir delitos o limpiar a escobazos el "gigantesco sistema de corrupción" detectado por el mismo jurista que discursea sobre el insondable abismo de perversidad de la mente humana?Es ciertamente admirable que las principales noticias políticas de la semana, del mes y aún del año y, como sigamos así, las del próximo lustro y hasta ...

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Estos señores que instruyen los procesos contra delitos cuya infamia, como explica uno de ellos, sólo la mente humana puede concebir ¿qué son? ¿Son de verdad jueces o son más bien fiscales doblados de terapeutas sociales? Y, sean lo que fueren, ¿qué se proponen? ¿Perseguir delitos o limpiar a escobazos el "gigantesco sistema de corrupción" detectado por el mismo jurista que discursea sobre el insondable abismo de perversidad de la mente humana?Es ciertamente admirable que las principales noticias políticas de la semana, del mes y aún del año y, como sigamos así, las del próximo lustro y hasta del decenio -la espada de Garzón pende sobre nuestras cabezas hasta el año 2015- tengan como protagonistas a determinados jueces y fiscales de la Audiencia Nacional. No, claro está, a todos, pues también en la Audiencia hay jueces de los que apenas se conoce el nombre y salas de las que nadie habla a pesar de su muy meritoria contribución a la Justicia, sino a estos otros jueces tan prolijos en sus considerandos y tan inclinados a ampliar el radio de su palabra por medio de conferencias, fulgurantes apariciones públicas en la escena del crimen, llamadas a las tertulias radiofónicas y autos en los que dan rienda suelta a sus habilidades literarias.

Un látigo, eso es lo que son estos jueces; un látigo de la iniquidad. Lo que ocurre es que, en el ejercicio de un poder tan independiente como el judicial, el uso del látigo es sumamente peligroso; sobre todo, porque, en contra de lo que la gente piensa al decir la palabra juez, estos jueces no juzgan, sino que instruyen; no mandan a la cárcel porque el procesado sea culpable, sino porque perciben en su conducta indicios racionales de culpabilidad. Pero ¿y si la razón se les nubla "por haber incorporado a su vida sentimental el problema de España", como decía Azaña que les había ocurrido a los ególatras del 98? Hundida la política en la ciénaga de la corrupción, chapoteando en esa "vacuidad del Parlamento" denunciada por Gómez de Liaño, ¿no han llegado a convencerse de que la salvación de España depende de este resto escogido de hombres y mujeres cabales que suben cada mañana a buen paso las escaleras de la Audiencia Nacional?

Jueces en función de fiscales, dotados de la energía salvífica propia de los cruzados de una causa y con esa abundante ración de egolatría y exhibicionismo necesaria para no cejar en los altos empeños regeneracionistas: ésta es quizá la explosiva combinación que ha producido el embrollo de la Audiencia Nacional y tiene perplejos a los ciudadanos que no han cursado la- carrera de Derecho y no alcanzan a saber en calidad de qué dictan sus conferencias y escriben sus autos estos señores: si como jueces, si como fiscales, si como fustigadores de los males de la patria, si como asteroides mediáticos... No hay manera de saberlo.Lo que sí se sabe es que "abogados son los más, y están bien enterados de cómo se hacen y se deshacen las leyes", como escribió Pérez Galdós de los revolucionarios de julio del 54, dispuestos a renovar el mundo desde sus cimientos aunque luego sólo mudaran "los externos chirimbolos de la existencia". Y así sigue siendo, para nuestra desgracia: éste es de antiguo un país de licenciados en Derecho, expertos en hacer y deshacer las leyes. Si no lo fuera, quizá nos habríamos ahorrado el caso "insólito por lo inusual" -conmovedora la bárbara redundancia del portavoz de la Asociación de Fiscales- de un juez que, en realidad, es un fiscal y que ha llamado como testigo al fiscal jefe a quien alguno soñaría con citar como imputado de obstrucción a la Justicia. ¿O tal vez sólo como inculpado para mejor proteger sus derechos?

Decoro, pedían los antiguos. Y no vendría mal algo de decoro frente a tanta exhibición, un poco de discreción frente a tanta charlatanería: eso es lo que necesita este grupito de señoras y señores jueces y fiscales de la Audiencia Nacional para que la ciudadanía salga de la perplejidad y comience a respetar su trabajo.

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