Reportaje:

El otro barrio

Paseo, antes de Todos los Santos, por los cementerios más curiosos

Madrid tiene más de 250 cementerios. Y no todos son conocidos por, el, gran público. Muchos de ellos guardan curiosas historias, algunas veces olvidadas: desde los nueve cipreses en línea que junto a la estación del AVE, en Atocha, son testigos mudos de un camposanto ya desaparecido, hasta el que se cavó para unos valientes soldados en Somosierra.El 30 de noviembre de 1808, Napoleón intenta tomar al asalto las cumbres de Somosierra. De un lado, 3.000 españoles y 16 cañones; del otro, los inmensos regimientos imperiales de Francia, que incluían el Regimiento de Caballería Ligera Polaca: jóv...

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Madrid tiene más de 250 cementerios. Y no todos son conocidos por, el, gran público. Muchos de ellos guardan curiosas historias, algunas veces olvidadas: desde los nueve cipreses en línea que junto a la estación del AVE, en Atocha, son testigos mudos de un camposanto ya desaparecido, hasta el que se cavó para unos valientes soldados en Somosierra.El 30 de noviembre de 1808, Napoleón intenta tomar al asalto las cumbres de Somosierra. De un lado, 3.000 españoles y 16 cañones; del otro, los inmensos regimientos imperiales de Francia, que incluían el Regimiento de Caballería Ligera Polaca: jóvenes, e inexpertos soldados. Las tropas españolas, acantonadas en Robregordo estaban dispuestas a hacer pagar caro la toma del puerto. Napoleón dudó. En vez de hacer avanzar a la infantería francesa, lanza al ataque a la caballería polaca. Al final, la batalla se inclina del lado polaco, que deja sobre Somosierra la mitad de sus hombres y "una gloria militar eterna'', según reza una placa colocada por la Embajada de Polonia en 1993 en el cementerio municipal. "No sabemos dónde fueron enterrados, con exactitud", dice el alcalde de Somosierra (105 habitantes), Teodoro Gil, "pero aquí en el cementerio, tenemos su recuerdo".

En el otro extremo de Madrid, en Loeches (2.500 habitantes), se guarda parte de la historia de Flandes. La tradición cuenta que Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares, construyó en el interior del convento de las dominicas un panteón. Los arquitectos lo levantaron en mármol negro para imitar al de Felipe II en el monasterio de El Escorial. Cuando el conde-duque murió, la casa de Alba heredó sus bienes. Por eso, desde el siglo XVI, junto al conde-duque reposan los restos de los principales miembros, de la familia que gobernó Flandes. El centro del panteón está presidido por un sepulcro de mármol blanco de Carrara (Italia). En tomo suyo se sitúan 14 urnas negras. El mejor momento para visitar el panteón es al mediodía, cuando el sol se cuela por su único tragaluz y los haces rebotan en el mármol blanco.

En Griñón (3.550), habitantes, tras la guerra civil, se encontró un lugar para enterrar a los soldados marroquíes que luchaban del lado del general Franco. Durante muchos años este cementerio, propiedad de la Embajada de Marruecos, permaneció en el más absoluto abandono. La mayor parte de sus sepulturas estaban cubiertas por arbustos y hierbajos. Sin embargo, desde hace seis meses, se ha emprendido su limpieza y rehabilitación. Ayer un empleado de la embajada realizaba trabajos de acondicionamiento. Las tumbas mahometanas no son iguales que las cristianas. Pequeños montículos de tierra, señalados con un ladrillo o una tira de madera, en la que se escribe el nombre del difunto, dan cabida a los cuerpos. A los musulmanes no se les entierra en un féretro, sino desnudos y envueltos en una sábana blanca.

Tumbas sin flores

En plena sierra en Hoyo de Manzanares (4.500 habitantes), la comunidad judía también posee su cementerio. ¿La diferencia con el cristiano? Los hebreos ponen flores sobre las tumbas de sus seres queridos, sino pequeñas piedras.En el barrio de El Pardo se levanta un cementerio repleto de nombres relacionados con el régimen de Franco. En él están enterrados el presidente de su último Gobierno, Carlos Arias Navarro; su antecesor en el cargo, Luis Carrero Blanco; miembros de acaudaladas familias españolas, y hasta el cuerpo de un dictador suramericano. Una buena parte de este camposanto está cubierto por grandes panteones familiares y mausoleos de hasta diez metros de altura. Entre todos ellos, por sus medidas, destaca el de Carmen Polo de Franco. Carece de inscripciones en el exterior.

Carlos Camacho, presidente del Consejo General Ciudadano de El Pardo, una entidad vecinal, se quejaba ayer de que en este cementerio "sólo se entierran los ricos o los que tienen influencias". Según Camacho, "la parcela para levantar un panteón cuesta unos cinco millones de pesetas". "Los vecinos no pueden pagar esos precios. Entonces, cuando un ser querido muere, sólo tienes dos soluciones: o llevarlo a la Almudena o pedir un favor en el Ayuntamiento. Es bochornoso que los vecinos de El Pardo no puedan tener a sus seres queridos cerca y que haya negocio en torno a este cementerio público".

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Pero no sólo en los pueblos de la región existen cementerios más o menos llamativos. Bajo las calles de Madrid existen camposantos poco conocidos. En la plaza de Tirso de Molina, y hasta 1840, existió un convento llamado De la Merced. A pesar de ser derribado su necrópolis nunca fue trasladada. En los años veinte se comenzó la construcción de una estación de metro en el lugar donde estaban las tumbas. Y los huesos de los monjes comenzaron a aparecer. Como nadie sabía que hacer con los osarios, los restos fueron depositados en la estación. Allí siguen, bajo los pies de los viajeros

Pero peor es lo del pintor Diego de Silva y Velázquez, cuyos restos reposaban en la iglesia de San Juan, un templo que mandó derribar José I Bonaparte. Los huesos del pintor fueron esparcidos miserablemente por el solar, la actualn plaza de Ramales.

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