Editorial:

Primer asalto

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EL CANDIDATO republicano a la presidencia norteamericana no salió mal parado en su primer debate con el ocupante de la Casa Blanca, el demócrata Bill Clinton. Mantiene con ello alguna esperanza con vistas al segundo asalto televisado del próximo día 16. Pero su no Victoria significa que ha perdido la penúltima oportunidad de dar la vuelta a los sondeos, fuertemente inclinados a favor del presidente. Todo lo que parezca un empate, que es como se diría que quedó esta primera justa electoral, favorece al inquilino de la Casa Blanca, cada día más seguro de su triunfo.Ambos estuvieron en su papel, ...

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EL CANDIDATO republicano a la presidencia norteamericana no salió mal parado en su primer debate con el ocupante de la Casa Blanca, el demócrata Bill Clinton. Mantiene con ello alguna esperanza con vistas al segundo asalto televisado del próximo día 16. Pero su no Victoria significa que ha perdido la penúltima oportunidad de dar la vuelta a los sondeos, fuertemente inclinados a favor del presidente. Todo lo que parezca un empate, que es como se diría que quedó esta primera justa electoral, favorece al inquilino de la Casa Blanca, cada día más seguro de su triunfo.Ambos estuvieron en su papel, sólo que al candidato republicano no le basta el que representó: Clinton estuvo presidencial, afable, generoso -trató con exquisito respeto a su rival, como una deferencia envenenada a sus 73 años-, y centró su mensaje en el estado de la economía, repitiendo que el ciudadano medio está mejor hoy que hace cuatro años, lo que parece cierto si atendemos a los grandes números: desciende el paro, crece con vigor el producto nacional y disminuye el porcentaje de ciudadanos por debajo del umbral de la pobreza. Pero es igualmente cierto, como subrayó Dole, que las cifras de la droga también crecen ominosamente. El republicano estuvo sardónico, incluso agudo -replicó a Clinton que el propio presidente y Sadam Husein estaban hoy mejor que hace cuatro años-, moderadamente convincente; aunque más bien como corresponde a un jefe de la oposición de los que es mejor que permanezcan donde están.

Los acontecimientos internacionales tuvieron algún protagonismo en un contexto en el que nadie espera, sin embargo, que vayan a decidir el vencedor. Dole acusó a su rival de practicar tan sólo un tipo de política exterior: la de leer la prensa para ver dónde había problemas y convocar una reunión sobre el asunto. El republicano se refería con ello a la reciente convocatoria de palestinos e israelíes en la Casa Blanca para no decidir otra cosa que seguir hablando. Pero también en este terreno, Clinton se mostró prácticamen'te invulnerable, puesto que nadie duda de que es difícil ser más proisraelí que el presidente, y a mayor abundamiento, respondió con humildad que poco más puede hacer que encarrilar por el sendero de la negociación los grandes contenciosos que aquejan al mundo. Y en esa tesitura, ni palabra sobre Europa.

El debate no ha podido añadir gran cosa a lo que los ciudadanos norteamericanos ya sabían sobre los contendientes. Vieron a un candidato republicano que aparenta realmente su edad -aunque se procurara un magnífico bronceado para la ocasión- y que nunca puede ser tan convincente como su rival de 50 años en su aspiración de ser el primer presidente estadounidense del siglo XXI; y a un demócrata que sabe que con no cometer ningún error, con su capacidad de llegar al público y un buen colchón económico para la coyuntura, debiera tener la elección en el bolsillo.

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Bob Dole, respetable imagen de político profesional, tratará de convencer al ciudadano de aquí al 5 de noviembre de que su rival es un peligroso liberal, dispuesto a reventar el déficit y a hacer pagar a todos sus delirios pretendidamente sociales; Clinton, sosegada presencia del que domina el terreno, piensa que sólo tiene que decir mírenme a mí y mírenle a él para obtener otros cuatro años libres de alquiler en la Casa Blanca.

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