Cartas al director

Informar

Enciendo la tele y veo a una Rosario Flores acosada por las cámaras de televisión, suplicando respeto -sin ningún éxito- para que la dejen vivir tranquila. La situación es lamentable, y es inevitable no sentir vergüenza ajena (sobre todo, cuando, como en mi caso, se es estudiante de periodismo) ante tal persecución, buscando la noticia en el detalle más nimio e irrelevante. El comentarista de turno reivindica estar cumpliendo con su trabajo, que es la labor de informar. El derecho a la información parece haberse convertido en una máxima que se enarbola para justificar el todo vale y aplastar c...

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Enciendo la tele y veo a una Rosario Flores acosada por las cámaras de televisión, suplicando respeto -sin ningún éxito- para que la dejen vivir tranquila. La situación es lamentable, y es inevitable no sentir vergüenza ajena (sobre todo, cuando, como en mi caso, se es estudiante de periodismo) ante tal persecución, buscando la noticia en el detalle más nimio e irrelevante. El comentarista de turno reivindica estar cumpliendo con su trabajo, que es la labor de informar. El derecho a la información parece haberse convertido en una máxima que se enarbola para justificar el todo vale y aplastar cualquier otro derecho. La alusión a criterios éticos se ha vuelto un código incomprensible para muchos periodistas. Resulta patético ampararse en el derecho a informar para disponer -sin pudor alguno- de la vida de una persona cada vez que se asoma a la calle. Especialmente cuando se trata de alguien que nunca ha comercializado con su vida privada.-

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