Reserva natural para el calor

El parque de El Soto, una 'playa' para Móstoles

Agosto no existe en el parque natural El Soto de Móstoles (199.400 habitantes). Los vecinos que en este mes siguen en sus casas las abandonan casi todo el día para darse cita al fresco en esta zona verde de 42 hectáreas de extensión. Las calles de la ciudad se quedan también desiertas y sin embargo se puede observar el aparcamiento de El Soto casi lleno. En este inmenso bosque se cruzan los ciclistas de casco y gafas con los padres de familia que degustan su merienda a la sombra de las encinas, los jóvenes que juegan al fútbol y, en general, con gente de todas as edades que suda la camiseta no...

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Agosto no existe en el parque natural El Soto de Móstoles (199.400 habitantes). Los vecinos que en este mes siguen en sus casas las abandonan casi todo el día para darse cita al fresco en esta zona verde de 42 hectáreas de extensión. Las calles de la ciudad se quedan también desiertas y sin embargo se puede observar el aparcamiento de El Soto casi lleno. En este inmenso bosque se cruzan los ciclistas de casco y gafas con los padres de familia que degustan su merienda a la sombra de las encinas, los jóvenes que juegan al fútbol y, en general, con gente de todas as edades que suda la camiseta no por el calor, sino a fuerza de no parar. Los días que mayor afluencia de visitantes tiene el parque son los fines de semana y los meses de mayo a julio. En esa época es fácil contabilizar más de 2.000 personas repartidas por las praderas llanas, las de hierba, el lago o las laderas de una planicie que corona toda la zona.Esta reserva natural pasó a manos del Ayuntamiento en la primera legislatura de los socialistas y el PCE, en 1979. La primera medida fue acotar el terreno con vallas. Después todo quedó paralizado hasta el año 1986, en que Macías decidió poner bancos como los de los merenderos en la zona más frondosa, así como plantar 2.200 chopos, sauces, pinos y cedros, que cubren con su sombra todo el territorio, 10 años después

El lago

Sin duda, los quioscos de bebidas o los juegos infantiles no consiguen ni una mínima parte de la atención de los mostoleños acaparada por el lago y, especialmente, por sus patos. Los primeros ejemplares fueron depositados por el anterior presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, en 1987. "Me acuerdo que fueron 36 patos, de los que sólo quedaron 21 a los 15 días", rememora Antonio Macías. Este descenso de la natalidad en las aves se debió a que muchos vecinos las robaron y otras murieron a pedradas. Sin embargo, ese mismo año la cifra volvió a subir hasta 80 ejemplares, ya que coincidió con la llegada del invierno y muchas de estas mascotas empezaban a molestar en casa. "Yo mismo traje a mi pato", comenta risueño el concejal.En la actualidad los ánades reales se cuentan por centenares. Al tratarse de una zona de paso en las migraciones de aves, en invierno se pueden observar incluso garzas, gansos salvajes y simpáticas grullas que se atiborran de pan, palomitas y alguna rodaja de salchichón distraída de los bocadillos que jovencitos inapetentes comparten con ellas.

El deseo de las personas que se acercan al lago es lograr que los patos coman de su mano. Carlos Sánchez, un arquitecto de 35 años, todos los días busca un poco de paz en el parque. "Me cuesta media hora conseguir dar de comer a los patos. Al principio lanzo las migas al agua para que se acerquen y luego les engaño en las distancias, hasta que se colocan a mi lado", dice.

Los árboles también son objeto de devoción de las familias. Hay almendros con más de 60 años de antigüedad, que se plantaron en la época de la Segunda República, cuando el parque estaba dividido en parcelas particulares.

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