Cartas al director

Mi querido amigo

En estos momentos en que el claustro de la iglesia de los Jerónimos, de Madrid, cobra actualidad con motivo de la ampliación del Museo del Prado, su ilustre vecino, creo interesante y curioso recordar una singular propuesta pretérita para rehabilitar dicho claustro. Fue el inolvidable José Torán, a quien preocupaban tantas cosas ajenas a su profesión de ingeniero de Caminos, quien, allá por los años sesenta, se dirigió respetuosa y razonadamente al arzobispado de Madrid, solicitando a monseñor Morcillo que permitiera instalar en la parte baja de la meseta hueca sobre la que se asienta dicho cl...

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En estos momentos en que el claustro de la iglesia de los Jerónimos, de Madrid, cobra actualidad con motivo de la ampliación del Museo del Prado, su ilustre vecino, creo interesante y curioso recordar una singular propuesta pretérita para rehabilitar dicho claustro. Fue el inolvidable José Torán, a quien preocupaban tantas cosas ajenas a su profesión de ingeniero de Caminos, quien, allá por los años sesenta, se dirigió respetuosa y razonadamente al arzobispado de Madrid, solicitando a monseñor Morcillo que permitiera instalar en la parte baja de la meseta hueca sobre la que se asienta dicho claustro una serie de tiendecillas donde, los domingos por la mañana, las distintas órdenes religiosas que disponen de obrador de confitería pudieran ofrecer y vender sus productos característicos. ¿Hay algo más típico de un domingo madrileño (al menos, en la década de los sesenta) que tras la misa en los Jerónimos, dar un paseo por las salas de Velázquez y Goya, y terminar comprando unas pastas de las salesas o un bizcocho de las clarisas? José Torán nunca recibió respuesta a su golosa sugerencia.-

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