Tribuna:

Jueces

Ya sé que no se puede criticar ni la justicia ni a los jueces. Se puede decir, por ejemplo, que la justicia es lenta y que los jueces entran y salen de los juzgados con la cartera en la mano, pero poco más. Creo haber leído que no es constitucional hacer juicios de valor sobre sus actuaciones. Por lo tanto poco voy a decir y menos citando nombres y apellidos, no sea que me gane un disgusto, y además porque estoy convencida de que el espectáculo desolador que algunos ofrecen -presuntas promesas a presuntos delincuentes, irrupciones en celdas para requisar documentos, amistades más que peligrosa...

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Ya sé que no se puede criticar ni la justicia ni a los jueces. Se puede decir, por ejemplo, que la justicia es lenta y que los jueces entran y salen de los juzgados con la cartera en la mano, pero poco más. Creo haber leído que no es constitucional hacer juicios de valor sobre sus actuaciones. Por lo tanto poco voy a decir y menos citando nombres y apellidos, no sea que me gane un disgusto, y además porque estoy convencida de que el espectáculo desolador que algunos ofrecen -presuntas promesas a presuntos delincuentes, irrupciones en celdas para requisar documentos, amistades más que peligrosas, consanguinidades más que curiosas, difusión de sumarios secretos, desconocimiento de los Códigos, incomprensibles exculpaciones, tratos de favor a criminales o sentencias en favor de violadores cuando no cohechos y prevaricaciones que ni merecen la condena de los colegas- no es lo que parece. Somos nosotros los confundidos y, en contra de lo obvio y lo palmario, no prevalecen en su proceder aspiraciones personales ni defensa a ultranza de la corporación ni mucho menos afán de protagonismo, por no citar sino los móviles más inocentes. Lo más probable es que se esconda tras esos hábitos un mandato etéreo y superior que ni sabemos ni tenemos por qué saber, y que lo nuestro no sean más que falsas impresiones con las que nuestros pobres sentidos reciben tergiversada la realidad.No hay más remedio que creer lo que no entendemos, como los cristianos, y acatar lo que nos parecen excesos o refugiarnos en la indiferencia y el olvido, virtudes que tan bien practicamos. Tampoco cabe recurrir al " pues. no les voto más" con que intentamos castigar el mal hacer y paliar la decepción, porque para usufructuar la justicia, de- por vida como el Papa, no hay por qué haber sido elegido por el pueblo ni estar sometido a control alguno. Al fuego lo para el agua, pero al agua ¿quién la para?

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