Tribuna:FAUNA IBÉRICA

El energúmeno

Está poseído. Es, literalmente, un energúmeno. Atado a una idea fija de protesta, de ansia destructiva, de afán de poner las cosas en su sitio sin respetar ninguna clase de valores.O, si acaso, con el intento, una y otra vez repetido, con maniática obsesión, de la nivelación uniformadora, de la igualdad, del regreso al magma social originario. O, lo que es lo mismo, el triunfo del rasero que aplane, que reduzca todo a un monótono desierto racional bien medido en el que la justicia impere y esterilice todo privilegio, toda primacía, cualquier forma de ventaja. Y no digamos nada del dinero, del ...

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Está poseído. Es, literalmente, un energúmeno. Atado a una idea fija de protesta, de ansia destructiva, de afán de poner las cosas en su sitio sin respetar ninguna clase de valores.O, si acaso, con el intento, una y otra vez repetido, con maniática obsesión, de la nivelación uniformadora, de la igualdad, del regreso al magma social originario. O, lo que es lo mismo, el triunfo del rasero que aplane, que reduzca todo a un monótono desierto racional bien medido en el que la justicia impere y esterilice todo privilegio, toda primacía, cualquier forma de ventaja. Y no digamos nada del dinero, del vil dinero, origen de tantas distorsiones, y actor responsable de innumerables desequilibrios. Al que, por descontado, hay que suprimir.Frente a todo esto, el sujeto empeñó su vida. De ahí la lucha contra todo y contra todos. Es el disconforme universal y rebelde, el negador proteiforme. La vida, la dura e inclemente vida, no le aflojó los resortes anímicos. Posee una voluntad de hierro para superar toda clase de dificultades, incluso la miseria económica, el mal pasar.

En el trato es hosco, de pocas palabras y de menos amigos. Su especialidad es el sarcasmo. El sarcasmo en su acepción más literal, esto es, la de despellejar, la de desollar (sarkázein). En este caso, a las instituciones, o al prójimo.

Su órbita biográfica consiste en un progresivo e imparable declinar existencial. Conforme el tiempo avanza, va perdiendo facultades , y al final, cuando ya los años abundan y las energías escasean, aparece el fondo espiritual de ingenuidad y de bonhomía que allá en los recovecos del alma pugnaba por abrirse paso, pero que el duro programa, el ascético programa de lucha inclemente y solitaria, obturó irremisiblemente.

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Cruza los avatares vitales rodeado de la prevención de los demás. Todo el mundo teme sus crueles, desaforados e inclementes zarpazos. Funda periódicos de combate, escribe libelos durísimos apoyados en asomos de realidades concretas. Es, en suma, el gran desdeñoso, el gran despreciador. Y el gran ofensor.¿Qué queda de él? Poca cosa. En verdad, casi nada. Después de años y más años metido en la trinchera disparando sin cesar contra un enemigo invisible y poderoso, rodeado de miseria, he aquí que yergue la figura fuera del agujero y ofrece su bulto real a las balas del enemigo. Es el último gesto, la última fase de su epopeya personal. Un día aparece muerto. Ya nadie le recuerda.Sus restos van a la fosa común. Los eruditos locales no lo mencionan en los estudios de la época en la que le tocó vivir y actuar. Pero, eso sí, mientras duró, la conducta disconforme y rebelde impregnó su tiempo de inquietud, de incomodidad. O lo que es lo mismo: de intolerancia. ¿Responsabilidades? Pocas o, en realidad, ninguna. Era una víctima de su propio carácter, de ese daímon que, según Heráclito, da cuenta del destino de cada cual. El, el gran liberador, estaba aherrojado por su propia y específica, pintoresca, personalidad. Y de ella no podía escapar, no podía zafarse. Esta fatalidad del "genio divino", esto es del daímon, era lo que, en secreto, movía todas sus pasiones. Era su destino.

Me parece que para ilustrar con un modelo concreto lo que queda dicho, nada mejor que una vieja prosa de don Antonio Machado escrita desde París, probablemente en 1911. En ella se habla de uno de esos inadaptados ácratas, un tal Casares, ya vencido por las adversidades de una vida taraceada en España por agrias polémicas. Fundador del periódico El Desmoche, y después de un severo encontronazo con la Iglesia a través de El triunfo de la fe, desterrado, fundó El Zurriago, más tarde El Vergajo. Era, pues, y según el calificativo certero de don Antonio, un sujeto definitivo.

Nuestro poeta imagina, al fallecimiento de Casares, la presencia de un joven seguidor de las enseñanzas del maestro protestatario, "un joven mal vestido y con cara de pocos amigos que se pasea por las calles con un grueso bastón en la mano". Va a fundar El Alacrán, o La Escoba. Tanto da. Lo importante, lo decisivo, es continuar el furibundo esfuerzo del dómine difunto y olvidado.

Y, de paso, cómo no, convertirnos a los demás en sufridores pasivos y azorados de los desmanes orales y escritos del nihilista obseso. Con lo cual la vida española toma sus aires más ásperos y se transforma en "el universal dolor de muelas" que Ortega diagnosticó. Y que, felizmente, aún colea.

Domingo García-Sabell, miembro del Colegio Libre de Eméritos, es escritor.

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