Editorial:

Prosa judicial

EL JUEZ Gómez de Liaño ha necesitado 28 folios para desechar la última recusación del juez Garzón planteada por el imputado Rafael Vera. Y lo ha hecho aplicando al recusador una multa por mala fe. Es como el árbitro que sanciona por fingir una falta, inexistente a un jugador que se tira a la piscina en el área. Dicho en otros términos: el juez tiene tal convicción de que se trata de un montaje de Vera, que no sólo rechaza su petición, sino que además le impone una multa.Pero si todo es tan obvio, ¿para qué tanta acumulación de prosa barroca para explicar su decisión? La ...

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EL JUEZ Gómez de Liaño ha necesitado 28 folios para desechar la última recusación del juez Garzón planteada por el imputado Rafael Vera. Y lo ha hecho aplicando al recusador una multa por mala fe. Es como el árbitro que sanciona por fingir una falta, inexistente a un jugador que se tira a la piscina en el área. Dicho en otros términos: el juez tiene tal convicción de que se trata de un montaje de Vera, que no sólo rechaza su petición, sino que además le impone una multa.Pero si todo es tan obvio, ¿para qué tanta acumulación de prosa barroca para explicar su decisión? La parcialidad objetiva atribuida a Garzón debido a su tránsito por el Ministerio del Interior es discutible.

Pero no la ha apreciado sólo el ex secretario de Estado Rafael Vera, sino numerosos juristas de los que sólo con mala fe podría afirmarse que actúan movidos por su interés en la "deslegitimación de la potestad jurisdiccional" o prevaliéndose de su "excelente posición de medios y en los medios", como escribe el juez a cuenta de este recurso.

En fin, si cada auto exige a Gómez de Liaño semejante dedicación prosística, tanto alarde literario, no resulta excesivamente extraño que no pueda dar salida a los cientos de casos que se han acumulado en el juzgado del que ahora es titular. La mayoría, todo hay que decirlo, heredados de su antecesor en este puesto en la Audiencia Nacional, Carlos Bueren.

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