TENIS ROLAND GARROS 96

El hombre emergente

Albert Costa es la punta del iceberg de la última ola del tenis español

El tenis español llega a París revolucionado. Las jerarquías se han roto en mil pedazos y una nueva ola de jugadores nacidos bajo el signo de la irreverencia parecen dispuestos a arrasar con todo. Emilio Sánchez, el hilo conductor del tenis español en la década de los ochenta, está a punto de la retirada. Sergi Bruguera, doble campeón en Roland Garros, está siendo perturbado más de la cuenta por sus lesiones. Y Alberto Berasategui, finalista en 1994 en París, sigue preocupado por recuperar la confianza.No es un cuadro alentador. Pero en medio de este panorama la luz emergente de la última gene...

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El tenis español llega a París revolucionado. Las jerarquías se han roto en mil pedazos y una nueva ola de jugadores nacidos bajo el signo de la irreverencia parecen dispuestos a arrasar con todo. Emilio Sánchez, el hilo conductor del tenis español en la década de los ochenta, está a punto de la retirada. Sergi Bruguera, doble campeón en Roland Garros, está siendo perturbado más de la cuenta por sus lesiones. Y Alberto Berasategui, finalista en 1994 en París, sigue preocupado por recuperar la confianza.No es un cuadro alentador. Pero en medio de este panorama la luz emergente de la última generación reabre la esperanza. Y de ella sobresale como la punta de un iceberg, que se niega a permanecer escondido, la figura de Albert Costa. Es un hombre corriente, sin traumas ni problemas, sin ningún tipo de complejo. Un jugador capaz de enfrentarse a los grandes nombres del momento sin que le tiemble el pulso. Un chico que en dos años dio un salto de 700 plazas en la clasificación mundial de la ATP y que ahora está ya cómodamente instalado en la 13ª. Es el aún reciente finalista de Montecarlo, donde tuvo en las cuerdas a Muster.

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Para él nada es imposible. "Puede llegar hasta donde quiera", asegura Lorenzo Fargas, su entrenador. "Pero depende de lo que trabaje". En estos momentos resulta prematuro hablar de que puede ganar en Roland Garros, aunque puede hacerlo. Sin embargo, es evidente que Sergi Bruguera está más preparado, más capacitado para ganar su tercera corona parisiense. O el mismo Muster, que defenderá allí su único título del Grand Slam que conquistó el año pasado. También Courier, o Agassi, o Sampras, que poseen títulos del Grand Slam y una amplia experiencia. Incluso Berasategui, que ha sido finalista en París.

"Ahora mismo, a punto de iniciar el torneo, no me veo ganador", explica Albert. "Pero una vez dentro, si vas pasando rondas vas modificando tus sensaciones. Sabes que tienes alguna posibilidad de ganar, porque has visto a los jugadores a lo largo del año y sabes que todos son accesibles. Los favoritos son Bruguera, Muster, Courier... Pero no tengo la impresión de que deba perder contra ellos, aunque tampoco me atrevo a verme como ganador".

Costa es consciente de su papel. Sabe que toda esa experiencia pesa en un torneo. Su carrera está comenzando. Tiene 20 años y ha ganado un solo título del ATP Tour. Claro que se lo adjudicó el año pasado en Kitzbuhel frente a un Muster que acababa de perder una imbatibilidad de 40 partidos en tierra batida. A la espera de que Bruguera recupere el lugar que le corresponde, Albert Costa ha iniciado este año su ataque a la tierra batida con sus mejores armas. Es uno de los pocos jugadores capaces de derrotar a Muster.

"Me gusta enfrentarme a él", confiesa el leridano, emblema español de la firma norteamericana Nike. "Su juego no me molesta. Sé qué debo hacer para ganarle. Nuestros partidos han sido muy disputados y una vez le gané. Sin embargo, su cabeza y su físico funcionan a la perfección. Es un hombre que ha tenido experiencias muy importantes en su vida y ahora cualquier sufrimiento le parece poco. A los demás nos cuesta aguantarle, porque sabes que no fallará aunque se canse aguantará, y eso te crea intranquilidad".

Probablemente la mejor virtud de Albert Costa es su mentalidad. Le viene ya de niño. "Cuando empezaba perdía partidos porque no jugaba a conservar, sino a ganar los puntos", confiesa. Pero aquello que entonces le pudo llevar al ostracismo ahora se ha convertido en su mejor virtud. Apenas acusa la presión. Y no sólo lo demuestra en las competiciones individuales -llegó a cuartos de final de Roland Garros el año pasado-, sino también cuando juega por equipos. Hace dos meses pasó la prueba de fuego en la Copa Davis. De butó en Israel y ganó sus dos puntos. "En una pista de tenis no tengo miedo", dice. "Si pierdo es porque mi rival es mejor y no pasa nada. Pero juego suelto. Prefiero jugar valiente. Me enfado mucho más cuando fallo bolas por asegurar que cuando las mandó fuera por arriesgar".

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