Tribuna

Nueva vieja izquierda

En estos últimos días se ha producido un hecho relevante en el borroso horizonte de la izquierda española: el inicio del proceso constituyente de un partido -expresion mayoritaria y plural de la componente no comunista integrada en IU- que quiere impulsar una nueva izquierda como proyecto autónomo y no subalterno de nadie.La derrota electoral de la política de aislamiento impuesta y desarrollada por el PCE en IU, de un lado, y el agotamiento del proyecto de un PSOE progresivamente derechizado -de lo que son algunos ejemplos la ley Corcuera, las leyes de asilo y extranjería, la reforma l...

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En estos últimos días se ha producido un hecho relevante en el borroso horizonte de la izquierda española: el inicio del proceso constituyente de un partido -expresion mayoritaria y plural de la componente no comunista integrada en IU- que quiere impulsar una nueva izquierda como proyecto autónomo y no subalterno de nadie.La derrota electoral de la política de aislamiento impuesta y desarrollada por el PCE en IU, de un lado, y el agotamiento del proyecto de un PSOE progresivamente derechizado -de lo que son algunos ejemplos la ley Corcuera, las leyes de asilo y extranjería, la reforma laboral o la legislación del delito fiscal- y paralizado) por la servidumbre del ejercicio burocrático y acrítico del poder, que ha producido conocidos escándalos de corrupción, de otro, abren un nítido espacio a los objetivos renovadores de Nueva Izquierda,

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Así ha sido visto, con una percepción y valoración positiva, por significativos sectores sociales y políticos progresistas. Con alguna excepción, es verdad. En el mundo comunista, con el recelo de su ala más "ortodoxa", y en el campo socialista, con la hostilidad -parece que en solitario, por ahora- de mi admirado Santos Juliá, el cual, en EL PAÍS del 31 de marzo, ha lanzado una sonora descalificación a lo que llama "vieja nueva izquierda". Para él, ésta se reduciría a un intento de los "herederos de la tradición comunista" de salir de la marginalidad con fórmulas imposibles, "como si estuviéramos en 1956 y los rusos acabaran de entrar en Budapest" (sic).

A mí me ha recordado a Francis Fukuyama y su tesis liberal del "fin de la historia", después de la caída del muro de Berlín, pero en versión española y socialdemócrata. Para Juliá, en efecto, a la izquierda del PSOE no habría nada, salvo el naufragio, por lo que sólo cabe enterrar los antiguos ideales y entrar todos en la casa común, concepto viejo como pocos que, sorprendentemente, es resucitado de forma implícita.

Yo no voy a hacer un cántico a la utopía para justificar la aventura de crear una izquierda moderna, aunque fiel a la búsqueda de la igualdad, la libertad y la solidaridad. Sólo le diría algo a Santos Juliá. En primer lugar, que el lado del progreso es y será plural y no todo lo representa el PSOE. En segundo lugar, que el siglo XXI pide una profunda renovación ' en la concepción del poder, del individuo o del trabajo, es decir, en el pensamiento económico, cultural, político y hasta filosófico de la izquierda, renovación que no está el PSOE en las mejores condiciones de encabezar. Y, por último, que muchos hombres y mujeres de España desean una izquierda creíble y rigurosa y, al tiempo, con autoridad moral -que ha perdido en buena medida el partido socialista- para Construir, sin exclusivismos y abierta al diálogo, una ancha vía de entrada en la política a tantas energías solidarias que ciudadanos desconocidos -en los sindicatos, en la empresa, en la universidad, en las profesiones liberales, entre los jóvenes trabajadores o en paro, en las ONG- tienen, sienten y quieren poner al servicio de proyectos progresistas. Proyectos y objetivos que se deben tener no sólo en la mente sino también en el corazón para, además de interpretar, transformar la realidad.

Esa propuesta, encauzada a través de algo parecido a un partido político (que es mucho más que una revista o un libro), la necesita nuestro país y nuestra sociedad, y, aunque se empeñe Santos Juliá muchos no la encuentran en el PSOE partido al que Juliá consagra, sin embargo, como "oficial", único y eterno.

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Amigo Juliá, deje que nuestros ciudadanos decidan el espacio que quieren dar a la nueva izquierda, que arranca de la vieja izquierda, que no se construye contra nadie, ni nace para restar o dividir sino para vertebrar, ilusionar y contribuir a que la inminente etapa de la derecha en el Gobierno sea lo más corta posible. Será muy difícil ese relevo futuro, en España y en Europa, y más allá si la izquierda no afronta su crisis del modo más adecuado, que no es sino asumir que lo viejo tiene que abrir pasó a lo nuevo, lo plural y a lo diverso.

Nunca se debe decir que todo está y descubierto, pues eso es el germen del conservadurismo. Quizá no sea terra ni esté en el Austro pero siempre hay algo por descubrir, por escudriñar o incluso por redescubrir. Y ese ánimo" ese aliento luchador nunca se debe desdeñar. No habrá una terra, pero desde luego sí que ha una domus incógnita que diseñar y que construir.

Diego López Garrido es miembro de la presidencia de IU y promotor de Partido Democrático de la Nueva Izquierda.

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