"Los secretos de verdad no se ponen por escrito"

En el traspaso de poderes de UCD al PSOE hubo muchas horas de charla y pocos papeles, según Oliart y Laína

A las dos de la tarde del miércoles 10 de noviembre de 1982, el ministro de Defensa en funciones, Alberto Oliart, acudió a la sede del PSOE, en la madrileña calle de Santa Engracia, para comer con Felipe González, al que su arrollador triunfo electoral de doce días antes había convertido en presidente del Gobierno electo, aunque aún no investido.La entrevista se prolongó por espacio de cinco horas. Hablaron del golpismo -se había desarticulado una trama que pretendía impedir la celebración de las elecciones y estaba aún reciente el Consejo de Guerra del 23-F-, de la composición de los Consejos...

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A las dos de la tarde del miércoles 10 de noviembre de 1982, el ministro de Defensa en funciones, Alberto Oliart, acudió a la sede del PSOE, en la madrileña calle de Santa Engracia, para comer con Felipe González, al que su arrollador triunfo electoral de doce días antes había convertido en presidente del Gobierno electo, aunque aún no investido.La entrevista se prolongó por espacio de cinco horas. Hablaron del golpismo -se había desarticulado una trama que pretendía impedir la celebración de las elecciones y estaba aún reciente el Consejo de Guerra del 23-F-, de la composición de los Consejos Superiores de los Ejércitos, del servicio secreto Cesid o de la OTAN, a la que España acababa de incorporarse con la oposición del PSOE.

Durante la sobremesa, González preguntó a su invitado qué político socialista consideraba más idóneo para ocupar su puesto. "Me limité a darle mi opinión. Le dije que Serra tenía una importante experiencia de gestión municipal y que todos los militares con los que había coincidido hablaban muy bien de él. Me prometió que sería el primero en conocer el nombre de mi sucesor", recuerda ahora Alberto Oliart, último ministro de Defensa con UCD.

Tres o cuatro días después, González cumplió su compromiso y le llamó para pedirle que recibiese a Serra. Oliart no sólo le recibió, sino que incluso le puso un despacho en el Ministerio de Defensa, cuando todavía era oficialmente el alcalde de Barcelona, y ordenó a sus subordinados que le facilitaran lo que pidiera.

Durante los 35 días que pasaron desde las elecciones del 28 de octubre hasta la toma de posesión del nuevo Gobierno, el 3 de diciembre, Oliart actuó en estrecha coordinación con el PSOE y, a petición de Felipe González, aplazó por ejemplo la firma de la carta de intenciones de los cazas F-18, que acabarían comprando los socialistas.Tampoco cubrió el arzobispado castrense, vacante por jubilación de su titular, pero dejó a Serra una lista de candidatos, de la que salió el nuevo arzobispo.

Oliart recuerda muy bien aquellas semanas, porque para él fueron especialmente dolorosas. El jueves 4 de noviembre, ETA lanzaba una provocación brutal asesinando al general Víctor Lago Román, jefe de la División Acorazada Brunete, la más importante del Ejército. Un día después, fallecía en accidente de tráfico un hijo de Oliart, Alberto, al que no había podido acompañar debido a que el temor a un nuevo atentado le retuvo en Madrid.

La tragedia personal no impidió a Oliart atender los requerimientos de un relevo ordenado. Por esas fechas, durante una cena en casa de Miguel Boyer, primer ministro de Economía del PSOE, presentó a Emilio Alonso Manglano y Felipe González.

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Discretamente, Boyer y Oliart se fueron a otra habitación y dejaron solos, durante varias horas, al nuevo jefe del Gobierno y al director del Cesid, a quien Calvo Sotelo había nombrado 19 meses antes y a quien González mantendría en el cargo todavía 12 años y medio más.

Una escena similar se repitió semanas después en el propio domicilio de Oliart, donde los interlocutores fueron Manglano y Serra. El entonces ministro de Defensa no se arrepiente de haber propiciado estos encuentros y sólo tiene palabras de elogio para el militar que, según recuerda, tras el susto del 23-F, "dio la vuelta a la situación y nos permitió estar informados de los movimientos golpistas antes de que se convirtieran en amenazas".

Manglano fue, sin duda, la más duradera herencia dejada por UCD al PSOE. Pero no la única. Sólo en el Ministerio de Defensa, Oliart traspasó a su sucesor algunos de los que serían sus más cercanos colaboradores. Como Eduardo Serra, subsecretario con UCD y secretario de Estado con el PSOE, o los militares Ramón Fernández Sequeiros, que llegó a jefe de Estado Mayor del Ejército del Aire, Jesús del Olmo, actual secretario general del Cesid, y Miguel Silva.

Las personas de confianza y las prolongadas charlas en la intimidad fueron mucho más importantes que los papeles en el traspaso de poderes. "Secretos había muy pocos", admite Oliart. "Lo más secreto hubiera sido la investigación sobre la involución, pero había quedado superada con el juicio sobre el 23-F".También era esencial conocer el perfil de los altos mandos militares, pero eso no figuraba en ningún papel. "Yo seguía dando mi opinión a Serra, siempre que me la pedía, cuando ya me había marchado del Ministerio. En Defensa, el traspaso empezó mucho antes y acabó mucho después de que se formara el Gobierno. Y no oculté ni una coma", recuerda Oliart, quien no sólo mantiene una cordial relación con Serra, sino también con los dos ministros posteriores: Julián García Vargas y Gustavo Suárez Pertierra.Francisco Laína, último director de la Seguridad del Estado de UCD, admite igualmente que no se entregaron muchos papeles a los socialistas. Pero subraya que se les contó "hasta el último detalle", especialmente sobre la lucha antiterrorista.Lo que pasa, explica, es que "los secretos de verdad, las cosas realmente delicadas, no se ponen nunca por escrito, porque corres el riesgo de que se sepan, por muchas medidas que tomes para evitarlo".Los contactos con otros países, la valoración de los mandos policiales o las redes de confindentes fueron objeto de "tres o cuatro conversaciones a calzón quitado", con su sucesor, Rafael Vera.

En la última reunión, el 15 de diciembre de 1982, el mismo día en que cesó en el cargo, Laína le explicó el, funcionamiento de los fondos reservados y le entregó 30 millones de pesetas, casi el 10% de la partida anual, "para que pudiese atender algunos gastos fijos, porque el dinero del año siguiente no se recibía hasta final de enero".Aunque no tiene la seguridad de que ocurriera así, Laína cree posible, como se ha dicho, que el entonces ministro Juan. José Rosón, fallecido en agosto de 1986, recomendara a González el nombramiento de Barrionuevo.

Rosón almorzó con el líder socialista en septiembre de 1982 en un restaurante de Madrid. Volvieron a reunirse los días 8 y 12 de noviembre, inmediata mente después de las elecciones. Lo cierto es que, contra lo que se esperaba, el elegido no fue Carlos, Sanjuán, sino José Barrio nuevo, concejal de seguridad del Ayuntamiento de Madrid, a quien Rosón conocía de su eta pa como gobernador civil de la capital.

Durante 15 días, Laína despachó con Barrionuevo ya ministro, a la espera de su relevo. "Algunos gobernadores civiles", recuerda, "debieron esperar más. No los cambiaron hasta entrado el nuevo año y hubo que pedirles que aguantaran, porque no era verdad, como decía Guerra, que tuvieran tanta gente preparada".

"Todos éramos conscientes", concluye, "de que íbamos en el mismo barco y había que conseguir que llegara a la otra orilla. En asuntos de Estado, como los que manejaba el Ministerio del Interior, no hay color político ni concibo que se puedan tener reservas hacia las personas que van a asumir esa responsabilidad".

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