Tribuna:

Don Julio, vasco universal

Ha muerto don Julio Caro Baroja, ese vasco universal. Le visitamos en Vera de Bidasoa hace dos años para que acudiera a un curso sobre la figura del doctor Gregorio Marañón. Estaba ya don Julio demasiado enfermo para viajar, pero nos enseñó su Itzea, sobre todo la amplísima, biblioteca iniciada por don Pío y completada incesantemente por él.Para el economista, es don Julio el investigador de lo que no es racionales decir, de cuanto no es económico. La lectura de sus escritos recuerda que los humanos pueden ser supersticiosos, crueles, antisemitas, alquimistas, brujos, inquisidores.

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Ha muerto don Julio Caro Baroja, ese vasco universal. Le visitamos en Vera de Bidasoa hace dos años para que acudiera a un curso sobre la figura del doctor Gregorio Marañón. Estaba ya don Julio demasiado enfermo para viajar, pero nos enseñó su Itzea, sobre todo la amplísima, biblioteca iniciada por don Pío y completada incesantemente por él.Para el economista, es don Julio el investigador de lo que no es racionales decir, de cuanto no es económico. La lectura de sus escritos recuerda que los humanos pueden ser supersticiosos, crueles, antisemitas, alquimistas, brujos, inquisidores.

Recién he visitado el hermoso y racional pueblo de La Carolina, en las estribaciones de Sierra Morena, con bella plaza de las Delicias y el neoclásico Ayuntamiento. Había leído el trabajo de don Julio sobre las colonias creadas por Olavide bajo la advocación del rey Carlos III.

Su comentario está adornado de vasta erudición que disimula bajo el manto de curiosidad, como solía. Comienza por recordar los libros de viajeros que lamentaban el bandolerismo, que hacía peligrosa la travesía de Despeñaperros. Pasa a describir el pueblo de La Carolina, cuya planta y espíritu era el de las colonias latinas creadas por los romanos en tantas tierras bárbaras. Termina notando con ironía que, tras la francesiada, las colonias de la sierra se proclamaron ardientes partidarias del absolutismo del rey Fernando VII y contrarias a un liberalismo más acorde con el espíritu de sus fundadores.

Los economistas, confesémoslo, carecemos de una teoría del error. Pese a todos los esfuerzos de los profesores de Virginia y Chicago Buchanan, Stigler, Becker y Fogel por explicar la política, el monopolio, el delito y la esclavitud, la ciencia económica sigue presidida por el espíritu de la Ilustración, es decir, de lo útil unido a lo bello. Si alguien elige la vía de la violencia, del crimen, de la droga y de la explotación, ha de ser porque los costes de tal desviación son menores que sus beneficios. Los economistas sólo podemos explicar el error haciendo ver que no es tal, sino un cálculo en condiciones de información escasa.En 1849, Stuart Mill incluyó en sus principios de economía política un capítulo titulado De la competencia y la costumbre, que era herético para un utilitarista como él. Los economistas, y en especial los economistas ingleses, decía Stuart Mill, tienen la costumbre de fijarse únicamente en la competencia. Pero la costumbre explica mucho de las instituciones y los contratos, que la mera operación de los mercados dejaría muchas veces sin dilucidar.

¡Cuán sensato el aviso de Stuart Mill y de don Julio Caro Baroja! La aberración es consustancial con la naturaleza humana, aunque reduzca nuestra capacidad de supervivencia ante la selección natural. ¿Somos capaces los economistas de analizar, por ejemplo, el nacionalismo vasco, el catalán, o puestos a ello, el español o el serbio?

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