La guardia francesa de Induráin

Gerard Rué y Thomas Davy, los protectores todoterreno del general

A José Miguel Echávarri le gusta pescar en Francia. De los Pirineos para arriba hay un país con una buena oferta de corredores hartos de la presión de la grandeur, ciclistas que acaban por convencerse de que sólo cumplirán por delegación su sueño de convertirse en campeones. País de soldados en la sombra. Dos de ellos forman parte de la guardia de Induráin este año. Son Gérard Rué y Thomas Davy. El viejo cascarrabias y el joven universitario. Los dos, salidos de la factoría de Cyrille Guimard, el Castorama.Rué, de 30 años cumplidos el día de San Fermín, lleva ya nueve de profesional. Si...

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A José Miguel Echávarri le gusta pescar en Francia. De los Pirineos para arriba hay un país con una buena oferta de corredores hartos de la presión de la grandeur, ciclistas que acaban por convencerse de que sólo cumplirán por delegación su sueño de convertirse en campeones. País de soldados en la sombra. Dos de ellos forman parte de la guardia de Induráin este año. Son Gérard Rué y Thomas Davy. El viejo cascarrabias y el joven universitario. Los dos, salidos de la factoría de Cyrille Guimard, el Castorama.Rué, de 30 años cumplidos el día de San Fermín, lleva ya nueve de profesional. Siempre al servicio de un líder. Primero Laurent Fignon y ahora Induráin. "Mi trabajo es simplemente sacrificarme por un líder. No hay duda", dice Rué. "Yo sé adónde puedo llegar. Todo lo más que puedo hacer es terminar alguna carrera entre los primeros. Es mucho mejor trabajar para un ganador de Tour, el un orgullo". El rubio bretón de las gafas va camino de ganar su tercer Tour. También en su haber un Giro. "A veces tengo, la impresión de que puedo intentar ganar una etapa, pero enseguida me lo quito de la cabeza", confiesa Rué. "Pero no oculto que mi verdadero sueno sería ganar una etapa del Tour. Aunque sé que por ahora es imposible". Lo dice un hombre que permitió incluso a un compañero gregario, Ramontxu González Arrieta, que estrenara su palmarés en la Clásica de los Alpes, un carrera con cierto prestigio en Francia.

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Obreros orgullosos de su trabajo, la alienación, es lo que busca Echávarri y lo que cultiva Induráin. Corredores que ya se han encontrado a sí mismos. Gente que no mira su puesto en la clasificación general. De las Cuevas, un excepcional trabajador, no se plegó a su condición y tuvo que hacer las maletas. Rué, en cambio, no esconde su admiración por su patrón. "Me maravilla su tranquilidad. Ni en la situación que nos parece más difícil se pone nervioso. Cómo calcula, cómo nos dirige", dice el Rué que dejó su alma para cumplir las consignas de preparación del golpe de La PIagne. "Nuestra misión en las etapas de llano era más de protección. Estábamos acostumbrados a rodar detrás de Induráin hasta que él nos dijo que fuéramos delante al ritmo que nos ordenara. En las etapas de montaña, nuestro trabajo es más táctico, preparar el terreno a Miguel".

Después de cumplida su faena levantan el pie. No se dejan impresionar ni se pican con los rivales por ganar una plaza o un minuto. Su trabajo deberá continuar el día siguiente.

Rué salió del Castorama enfadado con Guimard. Después de un año probando fortuna en libertad en el Helvetia de Paul Koechli, el bretón volvió al redil para terminar mal en junio. En un campeonato de Francia en el que llegó escapado con Luc Leblanc, el director ordenó que ganara Leblanc. Thomas Davy también rompió sus relaciones con Guimard de mala manera.

Si quieren saber algo sobre los campings o los caminos secretos de Andalucía, pregúntenle a un francés alto y duro, dejen que Thomas Davy les escriba la guía. Davy es joven aunque tenga ya 27 años. El carnet de identidad de un ciclista lo marcan sus años de profesional. Y el parisino recriado en Bretaña y residente en Estrasburgo se hizo profesional hace tres años. Lo que a él, el universitario del Banesto, el único corredor que se pasa por las mañanas a recoger una bolsa de periódicos, le gustaba era coger la bicicleta en verano, echar encima la mochila y lanzarse a recorrer mundo. Un verano lo pasó por Andalucía, durmiendo a la luz de las estrellas en el campo. Hasta que un día corrió una prueba de aficionados y la ganó. Entró en el engranaje del ciclismo de competición.

Echávarri, siempre curioso, siempre buscando los detalles que hacen diferentes a los ciclistas, se fijó en Davy el Giro pasado. El alto francés hizo el gesto supremo del soldado para su ejército: iba delante en la etapa de Deux Alpes y en la cima del Izoard llevaba 11 minutos de ventaja sobre su líder, Armand de las Cuevas, cuando recibió la orden de Guimard, espera. Casi un cuarto de hora se pasó Davy de pie en la cima, viendo pasar corredores y esperando a De las Cuevas. Fue un gesto único. El estigma de un hombre que cuando Echávarri le dijo que si quería pasar al Banesto se pasó una semana en las nubes simplemente por el hecho de que el que él consideraba el mejor equipo del mundo se hubiera fijado en él.

Davy no era un desconocido. Había ganado el Tour del Porvenir en 1993. Una victoria que, en vez de alegría, le proporcionó amargura. La noche de su triunfo Guimard le dijo que había hecho mal, que el que tenía que haber ganado era su compañero de equipo François Simon. Ahora corre orgulloso para ganar su primer Tour al lado de Induráin.

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