Editorial:

A partir un Peñón

SI UN día pudiera decirse que la historia del contencioso de Gibraltar entre España y el Reino Unido fue la de una sucesión de pequeños pasos que condujo a su solución tras el ingreso de ambos países en la comunidad Europea, españoles, británicos y gibraltáreños podrían darse por satisfechos. Por desgracia nada hace suponer que el fin del dominio colonial de Londres y la restauración de la soberanía española sobre la Roca estén hoy más cerca que ayer o que hace unas décadas.El enquistamiento de las posiciones británica y gibraltareña, la primera en la pasividad más absoluta y la segunda en la ...

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SI UN día pudiera decirse que la historia del contencioso de Gibraltar entre España y el Reino Unido fue la de una sucesión de pequeños pasos que condujo a su solución tras el ingreso de ambos países en la comunidad Europea, españoles, británicos y gibraltáreños podrían darse por satisfechos. Por desgracia nada hace suponer que el fin del dominio colonial de Londres y la restauración de la soberanía española sobre la Roca estén hoy más cerca que ayer o que hace unas décadas.El enquistamiento de las posiciones británica y gibraltareña, la primera en la pasividad más absoluta y la segunda en la pretensión de una independencia que jamás podrá obtener sin el consentimiento de Madrid, reducen los timos de conversaciones hispano británicas a una monótona charada. Si, a, eso añadimos malhumores coyunturales, como el alineamiento de Londres con Canadá en la reciente guerra del fletán lo que explica la pegativa de Felipe González a recibir al secretario del Foreign Office, Doúglas Hurd, durante su visita a Madrid-, tendremos el cuadro de un absceso permanente en las, relaciones entre dos grandes naciones, fundadoras históricas del continente europeo.

Las posiciones por, ambas partes son igual de irreprochables. En lo legal, la de Londres, que se, apoya en un documento -el Tratado de Utrecht de 1714- que concede el istmo gaditano a perpetuidad al Reino Unido, excluyendo toda otra transferencia que no sea su retrocesión a España. En lo moral, la de Madrid, que habla de levantamiento de esa anacrónica hipoteca colonial, cuando ya el imperio abandonó sus ultra mares hace unas décadas y va a evacuar Hong Kong dentro de dos años. Pero como los llanitos no, desean dejar de ser británicos, el Reino Unido concluye el argumento aplicándoles el beneficio dé su voluntad de Tocrática para negarse devolver el territorio a España.

Ante ello, ha parecido durante años que sóla una política de pequeños pasos, de acercamiento entre los habitantes de la colonia y el campo de Gibraltar circundante, podría resolver un día el problema. La edificación de, un nuevo aeropuerto conjunto -en la zona neutrál déI istmo-, entre otros acuerdos suscritos en el seno de la pertenencia conjunta, Londres y Madrid a la Comunidad, figuraba en ese. contexto de medidas creadoras de confianza. Pero la dirección política gibraltareña, llámase el histórico líder sir Josua Hássan, derechista, o el actual chief minister, el laborista Joe Bossano, jamás ha querido saber nada que no sea el mantenimiento del statu quo -colonia con un alto grado de autogobierno- a falta del acceso a la independencia.

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En la actualidad, el problema se complica, aún más por la escasa voluntad de los gibraltareños de combatir el contrabando, que constituye uno de los medios de vida la Roca, y la apatía británica para resolver tan minúscula como irritante rebeldía de. sus súbditos rocoso-andaluces. ¿Es posible, ir más lejos? El semanario británico The Economist publicaba esta semana uno de los artículos deja prensa británica más raramente generosos, y comprensivos con la posición española en los últimos tiempos. En el mismo se apuntaba la idea de una doble soberanía. sobre el Peñón, como ya propuso hace años el diplomático e hispanista británico Tristan Garel-Jones. Una propupesta semejante, aun rodeada de cláusulas de salvaguarda para los derechos de los llanitos, obtendríá, sin, duda, el interés de la Administración española.

Nadie piensa que la solución sea para mañana, y España no debe impacientarse porque ello sea así. Pero convendría empezar a pensar que los pequeños pasos han sido hasta ahora tan pequeños que no han avanzado hacia ninguna parte.

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