Editorial:

PP y el tiempo

AL MARGEN de los motivos que tuviera para hacerlo, hoy parece claro que la negativa de González a adelantar las elecciones generales ha dado a Aznar lo que éste más necesitaba: tiempo. Necesitaba tiempo, para rodar a los nuevos dirigentes regionales, tras la renovación generacional iniciada hace cinco años, y para ampliar su base territorial de poder en municipios y comunidades. También para adquirir una implantación electoral digna en el País Vasco y Cataluña, imprescindible para cualquier partido que aspire a gobernar hoy en España.La ligera decepción que transmitieron las reacciones de los ...

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AL MARGEN de los motivos que tuviera para hacerlo, hoy parece claro que la negativa de González a adelantar las elecciones generales ha dado a Aznar lo que éste más necesitaba: tiempo. Necesitaba tiempo, para rodar a los nuevos dirigentes regionales, tras la renovación generacional iniciada hace cinco años, y para ampliar su base territorial de poder en municipios y comunidades. También para adquirir una implantación electoral digna en el País Vasco y Cataluña, imprescindible para cualquier partido que aspire a gobernar hoy en España.La ligera decepción que transmitieron las reacciones de los dirigentes populares en la noche electoral carece de justificación. Es evidente que esperaban una victoria por aplastamiento; al menos, lo suficientemente contundente como para que quedase claro, sobre todo para Pujol, que el PP estaba ya en condiciones de alcanzar la mayoría absoluta. Los resultados han sido muy buenos para el PP, independientemente de que garanticen o no esa mayoría futura. Por eso parece algo exagerado el empeño de algunos forofos en demostrar que eso está hecho. No lo está. Y podría ser una grave equivocación plantear una estrategia de todo o nada, que excluya la hipótesis de la eventual necesidad de pactos con los nacionalistas, única bisagra posible.

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El PP ha aprovechado el tiempo para extender su organización territorial: hoy tiene 900 sedes, 400 más que en 1990, el año de la entronización de Aznar como sucesor de Fraga, y casi el doble de afiliados que entonces. También ha conseguido mejorar su implantación en las comunidades en las que su inferioridad era manifiesta. En Andalucía, el PSOE doblaba largamente los votos obtenidos por el PP hasta las autonómicas del pasado año, con el 52% de los votos. Ahora la distancia es de tres o cuatro puntos. En el País Vasco, la media del PP entre 1982 y 1993 era del 9%; en las cuatro últimas elecciones, desde las generales de 1993, la media supera el 15%. En Cataluña, el PP obtenía resultados discretos en las generales -entre el 10% y el 17% en las cuatro últimas- y se convertía en una fuerza marginal -apenas superaba el 5%- en autonómicas y municipales. El pasado domingo obtuvo el 12,2% de los votos municipales en el conjunto de Cataluña. La plena aceptación de la lógica autonómica, que no tiene por qué identificarse con planteamientos nacionalistas, era condición para esa recuperación que se ha producido.

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El voto confirma que el PP es más fuerte en las ciudades de más de 50.000 habitantes. En ellas, que concentran a la mitad de la población, obtuvo el 38% de los votos, y el PSOE, el 28%. El votante del PP es hoy también más joven que el del PSOE. Las conclusiones que han sacado algunos son exageradas -y a veces poco democráticas-, pero son reveladoras del cambio.

La victoria del PSOE en 1982 también fue precedida de su conquista de las ciudades, en 1979, cimentada en gran medida en el voto de los menores de 35 años. A partir de 1986, los socialistas perdieron parte del apoyo joven y ciudadano, pero lo compensaron con parte del electorado en pueblos y ciudades medias: aquellos que comprobaron que un Gobierno de izquierda no significaba el caos. Si el paralelismo funcionara ahora, los pueblos sólo votarán al PP igual que las poblaciones grandes cuando comprueben que tampoco es traumático que gobierne la derecha. Es ésa la demostración que el PP tiene que hacer de aquí a las generales desde su sólido poder autonómico y municipal.

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